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martes, 9 de octubre de 2012

IMPLICARSE


            La semana que estamos viviendo es pródiga en acontecimientos eclesiales. Si comenzamos por el domingo, que en términos bíblicos es “el primer día de la semana” y no el fin de ella como en el cómputo secular, ese día 7 de octubre asistimos a la declaración de dos santos como Doctores de la Iglesia. Uno de ellos el sacerdote castellano-manchego-andaluz San Juan de Ávila, patrono del clero diocesano español.

            En la misma ceremonia, celebrada en Roma, dio comienzo el Sínodo de Obispos –asamblea que un determinado número de obispos mantiene en Roma sobre asuntos muy importantes que afectan al mundo y a la iglesia- que versará sobre la llamada Nueva Evangelización y que, con más precisión debería llamarse La Evangelización en los nuevos tiempos.

            El jueves día 11 se inaugura, también con una solemne celebración en Roma, EL AÑO DE LA FE, convocado por el Papa y que se extenderá hasta octubre del año próximo. Año que es una invitación para que los cristianos se planteen en serio lo que significa su fe, es decir, a qué compromete el hecho de llamarse cristianos.

            Lo cierto es que para la mayoría, aunque se anuncie en las iglesias y otros medios de comunicación eclesiásticos, todos estos hechos pasarán desapercibidos.

            De ahí el título de esta corta reflexión: implicarse. Este verbo significa comprometerse a algo  o con alguien. Muchos nos preguntamos si realmente nuestros nombres o títulos nos comprometen. O si los llevamos por costumbre o pura rutina.

            El próximo domingo nos encontraremos con aquel diálogo entre Jesús y “uno” que se le acerca (algún evangelista precisa que se trataba de un joven, otro dice que “un hombre” y San Marcos dice “uno” sin más). Pregunta a Jesús por lo que hay que hacer para “salvarse”. Para unos la salvación consistirá en encontrar un trabajo, para otros sentirse realizados, es decir, obtener el aprecio o el cariño o la estima de los demás. A otros, les bastaría sentirse útiles en el mundo en que viven.

            Todo esto es importante. Además, para quienes pensamos en una existencia más allá de la muerte, todo lo anterior cuenta y mucho, pero además creemos que a la felicidad actual hay que añadir el anhelo de una dicha imperecedera y plena. Más allá de la pura salvación,  a todos Jesús propone un camino superior: darlo todo y seguirle a él personalmente. Eso, y no otras cosas buenas, es lo que constituye el ser cristiano.

            ¿Quiénes realmente –y la pregunta vale para obispos, curas y religiosos/as- estamos dispuestos a este grado de implicación? Muy pocos. Y así nos va. Poco futuro tendrá la “nueva evangelización” si no cuenta con evangelizadores implicados, comprometidos en el seguimiento del Señor, que se resuelve en la donación permanente de sus cosas y personas al servicio de esa causa que Jesús llamó el Reino de Dios.
           
            “Oh Dios que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Amen”.

                                                                       José María Yagüe

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