La semana que estamos viviendo es pródiga en acontecimientos
eclesiales. Si comenzamos por el domingo, que en términos bíblicos es “el
primer día de la semana” y no el fin de ella como en el cómputo secular, ese
día 7 de octubre asistimos a la declaración de dos santos como Doctores de la Iglesia. Uno de ellos el
sacerdote castellano-manchego-andaluz San Juan de Ávila, patrono del clero
diocesano español.
En la misma
ceremonia, celebrada en Roma, dio comienzo el Sínodo de Obispos –asamblea que
un determinado número de obispos mantiene en Roma sobre asuntos muy importantes
que afectan al mundo y a la iglesia- que versará sobre la llamada Nueva
Evangelización y que, con más precisión debería llamarse La Evangelización en
los nuevos tiempos.
El jueves
día 11 se inaugura, también con una solemne celebración en Roma, EL AÑO DE LA FE , convocado por el Papa y que
se extenderá hasta octubre del año próximo. Año que es una invitación para que
los cristianos se planteen en serio lo que significa su fe, es decir, a qué
compromete el hecho de llamarse cristianos.
Lo cierto
es que para la mayoría, aunque se anuncie en las iglesias y otros medios de
comunicación eclesiásticos, todos estos hechos pasarán desapercibidos.
De ahí el
título de esta corta reflexión: implicarse. Este verbo significa comprometerse
a algo o con alguien. Muchos nos
preguntamos si realmente nuestros nombres o títulos nos comprometen. O si los
llevamos por costumbre o pura rutina.
El próximo
domingo nos encontraremos con aquel diálogo entre Jesús y “uno” que se le
acerca (algún evangelista precisa que se trataba de un joven, otro dice que “un
hombre” y San Marcos dice “uno” sin más). Pregunta a Jesús por lo que hay que
hacer para “salvarse”. Para unos la salvación consistirá en encontrar un
trabajo, para otros sentirse realizados, es decir, obtener el aprecio o el
cariño o la estima de los demás. A otros, les bastaría sentirse útiles en el
mundo en que viven.
Todo esto
es importante. Además, para quienes pensamos en una existencia más allá de la
muerte, todo lo anterior cuenta y mucho, pero además creemos que a la felicidad
actual hay que añadir el anhelo de una dicha imperecedera y plena. Más allá de
la pura salvación, a todos Jesús propone
un camino superior: darlo todo y seguirle a él personalmente. Eso, y no otras
cosas buenas, es lo que constituye el ser cristiano.
¿Quiénes
realmente –y la pregunta vale para obispos, curas y religiosos/as- estamos
dispuestos a este grado de implicación? Muy pocos. Y así nos va. Poco futuro
tendrá la “nueva evangelización” si no cuenta con evangelizadores implicados,
comprometidos en el seguimiento del Señor, que se resuelve en la donación
permanente de sus cosas y personas al servicio de esa causa que Jesús llamó el
Reino de Dios.
“Oh Dios que muestras la luz de tu
verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino,
concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre y
cumplir cuanto en él se significa. Amen”.
José María Yagüe
No hay comentarios:
Publicar un comentario