En la tarde del domingo, en un solo
salto, se batieron tres récords. Félix Baurtgartner subió en globo a la
estratosfera, se lanzó al vacío en caída libre superando la velocidad del
sonido y recorrió la máxima distancia en paracaídas. Estas cosas encantan y
entusiasman a nuestra sociedad.
La
competitividad se ha establecido en nuestra cultura. Por eso los deportistas,
los científicos, los políticos, los mismos estudiantes se ven sometidos cada
día a nuevos retos. Vivimos en la cultura de la Enciclopedia
Guinness. Hay que batir records.
Hay
que alcanzar nuevas marcas, sea como sea. Si el cuerpo no da para más, tendrán
que venir ayudas, incluso nocivas para el organismo y prohibidas (dopaje). Si
se trata de logros espectaculares con los que se pueden obtener buenos
resultados económicos por la propaganda, no faltarán “mecenas” que corran con
los enormes gastos que los nuevos experimentos suponen, a veces perfectamente
inútiles. Tampoco se excluye poner en riesgo la propia vida, si con ello se
alcanza la gloria –efímera- de haber batido todas las marcas conocidas.
No
se escatima el sacrificio. Detrás de los éxitos deportivos hay mucho
sacrificio, esfuerzo, disciplina, renuncias, dedicación de tiempo para el
entrenamiento. Vean, si no, a los ciclistas, tenistas... No puede decirse por
tanto, en general, que los jóvenes no son capaces de sacrificio, renuncia o
disciplina.
Ocurre,
sin embargo, que esta competitividad y estos desafíos se limitan a ámbitos muy
reducidos de la actividad humana: el deporte, el culto al cuerpo, la ciencia y
pocos más. Bueno, algunos políticos también se empeñan en aparecer como los
mesías de turno para alcanzar cotas de grandeza y singularidad insuperables.
Aunque los resultados para la comunidad sean perniciosos.
Por
ello el verdadero desafío, al que hoy se enfrentan nuestra sociedad y la
cultura dominante, es de orden moral. No se trata tanto de establecer
récords físicos, deportivos, ni siquiera
científicos. Lo que tendría que estar como objetivo primero y por ello como el
auténtico reto para nuestro mundo es la consecución de la convivencia en paz,
con libertad y justicia.
Libertad
y solidaridad, educación para todos, extirpación del hambre en el mundo,
supresión de armamentos (que las espadas se conviertan en arados), valoración
personal y social del servicio gratuito y desinteresado a los marginados de la
sociedad... he ahí los verdaderos retos que hemos de afrontar.
Hay
referentes. Son los voluntarios en cientos de ONGs, o en la Iglesia : misioneros,
médicos, maestros que se van al tercer mundo... He ahí el gran reto: aprender
que el ser humano es grande más cuando sirve que cuando es servido. Que el
sueño de grandeza no tiene que pasar por ocupar los primeros puestos (como
querían los mismísimos discípulos de Jesús), sino por dar la vida por los
demás.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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