Leer hoy a
contraluz el relato del sirio curado de la lepra (de nombre Naamán) y la
curación de los diez leprosos puede resultar muy instructivo. Sobre todo si
ante nosotros aparece la figura del papa Francisco, sus palabras y sus
acciones.
Naamán el
Sirio era un alto personaje en la
Corte de su País. Emigra a Palestina por indicación de una
esclava para ser curado por el profeta Eliseo. Cuando tras varias vicisitudes
que no son del caso se siente curado, se apresura a volver donde el Profeta y
darle las gracias. No le es aceptado ningún presente pero entonces queda
convencido de la fuerza del Dios de Eliseo. Por eso pide dos cargas de tierra
de ese país para construir en el suyo un altar al Dios que le ha curado sobre
esa tierra sagrada. El proceso es claro: curación, gratitud, adoración.
Los
paralelismos con Lucas son evidentes. Un extranjero, entre los diez curados,
vuelve donde Jesús para dar las gracias por su sanación. El, sólo él, ha ido a
dar gloria a Dios. Él, sólo él, recibe la salvación. Los otros fueron curados
de la piel, éste ha sido salvado integralmente: “Levántate, vete, tu fe te ha
salvado”.
Un
especialista en Biblia titula este relato como “el dramatismo de la lucha entre
la gratitud y la ingratitud”. ¿Por qué dramatismo? Porque la salvación del ser
humano, eso que hoy se suele llamar realización, se juega precisamente en este
terreno. El
desagradecido, el que va a lo suyo, el que nada más sabe reclamar derechos y
explotar en quejas o lamentos cuando piensa que no ha recibido lo que merece,
ese tiene muy cerca del corazón la amargura y el resentimiento. Ni es feliz, ni
está realizado ni está salvado.
Por el
contrario, quien, olvidándose de sí mismo y de sus propios intereses, tiene
como prioridad agradecer el bien recibido, ese es que ha obtenido la salvación
y da gloria a Dios. Construya o no altares al Dios vivo. Para nada se excluye
que, en su momento, pueda reclamar sus propios derechos y, sobre todo, los de
los demás. Cierto que
para muchos no es fácil ver la vida como una bendición y un don. Los excluidos
por cualquier causa, personas que no han recibido amor ni siquiera desde niños,
hambrientos, quienes desean trabajar y no tienen lugar en el mercado de
trabajo, comenzando por tantos jóvenes, enfermos no suficientemente atendidos o
sin medios, los que carecen de todo mientras observan la rapiña y la codicia de
los privilegiados, etc. etc., éstos no estarán inclinados precisamente a
agradecer.
Por eso la
primera tarea, y aquí viene a cuento lo dicho arriba del papa Francisco, es
sanar, levantar, ofrecer compasión y ayuda a quien la necesita. Si queremos que
realmente se glorifique a Dios, comencemos por el principio: sanar, ser Iglesia
samaritana que tiene como primer objetivo incluir a los excluidos. No hay otra.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
No hay comentarios:
Publicar un comentario