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miércoles, 23 de octubre de 2013

DOS ACTITUDES CONTRAPUESTAS

            Eso es lo que nos presenta el evangelio del próximo domingo. Un test sencillo para evaluar cómo nos situamos en la vida y con qué resultados.  Para comprender este evangelio habría que traducir la nomenclatura de los dos protagonistas. Fariseos y publicanos eran dos grupos de personas existentes en los tiempos de Jesús, pero esos términos han venido a significar otra cosa para nosotros.

            Los primeros eran conservadores de las tradiciones de su pueblo, fieles cumplidores de las leyes y, como eso era bien visto en aquella sociedad muy religiosa, les gustaba rezar mucho y que les vieran. Jesús les tachó de hipócritas, justo lo que ha venido a significar hoy ese término de fariseos, porque su interior y su justicia no se correspondían con las apariencias. Publicanos eran los cobradores de impuestos al servicio del Imperio invasor y colonizador. Se les permitía meter la mano en la bolsa, con tal de que a Roma llegase lo estipulado. Naturalmente eran muy mal vistos por los pagadores de impuestos, es decir por el pueblo llano que estaba hasta el cuello. Y hasta las narices.

            No hay equivalentes exactos en nuestra sociedad. Sin embargo, como aproximación a los primeros, uno piensa en los ejecutivos de alto rango, socialmente bien considerados, triunfadores, bien vestidos, con traje y corbata unas veces y con prendas deportivas otras, pero por supuesto de diseño y obtenidas en “boutiques”. Aunque éstos no suelan ser muy religiosos y no se les vea rezar, esto no tiene demasiada importancia porque depende de las modas y de hábitos sociales propios de cada época. Como ahora no toca ser “religiosos”, no conviene hacer alardes de misticismo.

            Los publicanos serían los inspectores de Hacienda y adjuntos, los que se meten en nuestras cuentas más para sacar que para ingresar. La diferencia está en que los de ahora cobran para un Estado independiente (con el permiso de Europa, claro) y no se les permite –en general- meter mano en la bolsa para sus gastos personales. Por eso no tienen tan mala fama como los publicanos, pero simpáticos no son desde luego.

            Como queda claro en la parábola, aparte de los términos, lo que importa es la actitud de unos y otros. Los prepotentes se consideran superiores a los otros. Están orgullosos de su triunfo en la vida. Triunfo que, sin duda, consideran consecuencia de sus cualidades, mérito y trabajo. No son unos vagos como esos que sólo se quejan de no haber tenido oportunidades. Los servidores del bien común se saben llenos de faltas y defectos. No se ponen en el centro de la imagen porque saben que lo suyo es servir a los demás. Porque reconocen que muchas veces se sirven a sí mismos, están dispuestos a arrepentirse y pedir disculpas. Y hasta a cambiar.

            Autosuficientes o servidores. Por ahí anda el meollo de la cuestión.          

                                                                                   José María Yagüe
          

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