No sé
exactamente cuándo fue instituida esta Jornada conocida como DOMUND. Sí sé que
hace muchísimos años. Allá por los años cincuenta del siglo pasado, los
colegiales salíamos con aquellas huchas de barro, cabezas de indios con plumas,
negritos, indígenas latinos, etc. a hacer la única cuestación anual que se estilaba
por aquellos tiempos. Hoy han proliferado los días en los que se ponen mesas en
las calles y jóvenes, señoras y toda clase de voluntarios te ponen la banderita
a cambio de una ayuda. Sin duda,
aquel entusiasmo misional que nos infundían “in illo tempore” tenía mucho de
folklórico, de ideal, de sueño. Lo poco que sabíamos de las misiones era a
través de algunos misioneros religiosos que escribían a sus familiares o
colegas de su congregación religiosa y que éstos nos leían a veces durante la
misa o en las clases. También, por supuesto, gracias a los divertidos escritos
del P. Llorente desde Alaska.
Gracias a
esto surgía en muchos de nosotros un deseo de “ir a misiones”, de ser misioneros,
bien sea viajando a esos territorios exóticos o bien desde aquí apoyando con la
oración, la ayuda económica u otro tipo de colaboración con los misioneros de
avanzada. Hubo unos años, allá por las décadas de los 60 y 70 en que sólo de
Salamanca estábamos por Latinoamérica alrededor de 30 sacerdotes.
Han
cambiado mucho los tiempos. Sabemos que hoy la misión “ad gentes”, es decir, a
los gentiles, a los ateos, a los paganos no está sólo en aquellos territorios lejanos,
de impenetrables selvas o nevados permanentes. Sabemos que la increencia está a
nuestro lado y afecta a los vecinos, a los compañeros de trabajo, a los propios
familiares. Por otra parte, la otrora abundancia de clero permitía enviar
buenos porcentajes de curas y religiosos a “las misiones” sin que la pastoral
de la propia casa se resintiera en absoluto. Pero el
problema no está en eso. Lo que hay que preguntarse en estos tiempos, en los
DOMUNDs hodiernos, es si verdaderamente los cristianos tenemos espíritu
misionero. Es decir, si mantenemos la urgencia de compartir nuestra fe. Porque
si no compartimos la fe, si no nos urge la evangelización, la pregunta es si
nosotros mismos, es decir, religiosos/as, sacerdotes, laicos/as comprometidos
mantenemos viva la fe o también estamos claudicando ante el avance de la
laicización y la mundanización no sólo del mundo sino también de la Iglesia.
De ahí la
permanente llamada del papa Francisco a salir. Salir a las periferias, salir de
templos y despachos parroquiales, en el fondo salir de nosotros mismos para
encontrarnos con los hombres y mujeres para compartir la fe. En la misma línea
va lo de los pastores con olor a oveja. Dentro o fuera, lejos o cerca, la
urgencia hoy es salir como salió María tras la encarnación para convertirse en
Ntra. Sra. de la Visitación. Quien
es visitado por el Señor se convierte necesariamente en visitador para anunciar
que la vida, la alegría y la paz sólo dimanan del Señor de la vida, de la
alegría y de la paz. Y éste no es ni el dinero, ni el éxito, ni el prestigio o
la fama, idolillos para andar o arrastrarse por casa. Ese Señor no es sino
Jesucristo, el Crucificado y el Exaltado.
José María Yagüe
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