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martes, 29 de octubre de 2013

DIOS, AMIGO DE LA VIDA

            “Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado”. Así habla un libro antiguo, el de la Sabiduría. Se trata de la sabiduría de un Pueblo, el de Israel, que nos transmite la sabiduría de Dios. Los cristianos hemos hecho nuestro este libro como todos los que están en la Biblia.

            Un luminoso ejemplo del amor de Dios a todos los seres es la escena de Jesús en casa de Zaqueo, lectura que también haremos en las misas del próximo domingo. Zaqueo era un jefe de publicanos. Es decir, jefe de unos personajes mal vistos, ladrones generalmente, y colaboradores de un Imperio invasor. Vamos, que podría ser considerado como un Bárcenas cualquiera o uno de esos sindicalistas aprovechados de los ERES de Andalucía.

            Pues con todos esos antecedentes, Jesús se atreve a autoinvitarse para comer en casa del susodicho personaje. Los dimes y diretes, aun sin periódicos y televisiones, corrieron como la pólvora por la ciudad (pueblo medianamente grande) de Jericó. ¡Jesús ha ido a comer en casa del publicano Zaqueo”, ese que nos tiene acribillados a impuestos! Y no es que a Jesús no le importe lo que los demás piensen de él. Faltaría más. El buen nombre y la buena fama hay que conservarlos en la medida de lo posible. Pero le importa más, infinitamente más, la persona de Zaqueo. Mostrar a este personaje curioso subido a un árbol, arremangada la túnica, con tal de ver a Jesús, que –digan lo que digan- él es amado de Dios. Y eso es lo que le cuenta Jesús, entre bocado y bocado y trago y trago: que Dios le ama y espera mucho y bueno de él.

            ¡Menudo descubrimiento! Tanto que el ricachón y amigo del dinero decide regalar la mitad a los pobres y a los que ha defraudado darles cuatro veces más. ¡Debía tener acumulado bastante el tal Zaqueo! Con jueces como Jesús y ladrones como Zaqueo podrían suprimirse las cárceles. Si todos los ladrones de guante blanco de nuestras democracias devolviesen lo que han robado con sus intereses, me parece que todos los españoles estaríamos dispuestos a ofrecerles el indulto y hasta la amnistía para que no fuesen a la prisión. El erario público se ahorraría además el darles de comer gratis, su custodia y las cárceles.


            Pero eso sólo ocurre cuando alguien, cualquiera que sea, rico o pobre, descubre que el mayor tesoro no es el dinero, sino el saberse amado de Dios. Tal es el milagro que hace Jesús: mostrar a Zaqueo la amabilidad de Dios de tal manera que se lo cree. Tal es la tarea –pendiente, muy pendiente- de la Iglesia, de los cristianos. Cambiar esa imagen perversa de un dios lejano, juez enfadado, castigador donde los haya y vengativo, por el Dios real, papá de Jesucristo, amigo de los hombres y de las mujeres. Que no desea otra cosa sino que lo queramos un poquito y lo mostremos queriendo un montón a todos los que Él ama. Naturalmente primero a los pobres, a los que nadie quiere y a los excluidos por tantos “bienpensantes” que han construido una sociedad rota, dividida por los privilegios y se han atrevido a inventar un diosecillo que justifica el desorden. Aunque ellos lo llamen “orden social”. Ya. Angelitos...   

                                                                         José María Yagüe   

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