“Amas a
todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna
cosa, no la habrías creado”. Así habla un libro antiguo, el de la Sabiduría. Se trata de la
sabiduría de un Pueblo, el de Israel, que nos transmite la sabiduría de Dios.
Los cristianos hemos hecho nuestro este libro como todos los que están en la Biblia.
Un luminoso
ejemplo del amor de Dios a todos los seres es la escena de Jesús en casa de
Zaqueo, lectura que también haremos en las misas del próximo domingo. Zaqueo
era un jefe de publicanos. Es decir, jefe de unos personajes mal vistos,
ladrones generalmente, y colaboradores de un Imperio invasor. Vamos, que podría
ser considerado como un Bárcenas cualquiera o uno de esos sindicalistas
aprovechados de los ERES de Andalucía.
Pues con
todos esos antecedentes, Jesús se atreve a autoinvitarse para comer en casa del
susodicho personaje. Los dimes y diretes, aun sin periódicos y televisiones,
corrieron como la pólvora por la ciudad (pueblo medianamente grande) de Jericó.
¡Jesús ha ido a comer en casa del publicano Zaqueo”, ese que nos tiene
acribillados a impuestos! Y no es que
a Jesús no le importe lo que los demás piensen de él. Faltaría más. El buen
nombre y la buena fama hay que conservarlos en la medida de lo posible. Pero le
importa más, infinitamente más, la persona de Zaqueo. Mostrar a este personaje curioso
subido a un árbol, arremangada la túnica, con tal de ver a Jesús, que –digan lo
que digan- él es amado de Dios. Y eso es lo que le cuenta Jesús, entre bocado y
bocado y trago y trago: que Dios le ama y espera mucho y bueno de él.
¡Menudo
descubrimiento! Tanto que el ricachón y amigo del dinero decide regalar la
mitad a los pobres y a los que ha defraudado darles cuatro veces más. ¡Debía
tener acumulado bastante el tal Zaqueo! Con jueces como Jesús y ladrones como
Zaqueo podrían suprimirse las cárceles. Si todos los ladrones de guante blanco
de nuestras democracias devolviesen lo que han robado con sus intereses, me
parece que todos los españoles estaríamos dispuestos a ofrecerles el indulto y
hasta la amnistía para que no fuesen a la prisión. El erario público se
ahorraría además el darles de comer gratis, su custodia y las cárceles.
Pero eso
sólo ocurre cuando alguien, cualquiera que sea, rico o pobre, descubre que el
mayor tesoro no es el dinero, sino el saberse amado de Dios. Tal es el milagro
que hace Jesús: mostrar a Zaqueo la amabilidad de Dios de tal manera que se lo
cree. Tal es la tarea –pendiente, muy pendiente- de la Iglesia , de los
cristianos. Cambiar esa imagen perversa de un dios lejano, juez enfadado,
castigador donde los haya y vengativo, por el Dios real, papá de Jesucristo,
amigo de los hombres y de las mujeres. Que no desea otra cosa sino que lo
queramos un poquito y lo mostremos queriendo un montón a todos los que Él ama.
Naturalmente primero a los pobres, a los que nadie quiere y a los excluidos por
tantos “bienpensantes” que han construido una sociedad rota, dividida por los
privilegios y se han atrevido a inventar un diosecillo que justifica el
desorden. Aunque ellos lo llamen “orden social”. Ya. Angelitos...
José María Yagüe
No hay comentarios:
Publicar un comentario