Cordiales
saludos a mis lectores desde mi casita –provisional- en la esquina de Moreras y
Begonias. Ya de vuelta a España tras seis semanas en las selvas amazónicas, con
mucho calor y no poco trabajo, vaya mi gratitud a esos poquitos perseverantes
en el seguimiento de estas reflexiones semanales. Con el deseo de que los
pensamientos de este viejito –me he convencido por aquellas tierras de que lo
soy- sean útiles para el espíritu y aporten sosiego, serenidad, paz y gozo en
el Espíritu.
Ese
Espíritu que Dios nos ha dado y que se nos invita a reavivar en nuestro
interior en la próxima segunda lectura dominical. Por cierto, Espíritu no de
cobardía, sino de energía, amor y buen juicio para perseverar en los duros
trabajos del Evangelio. Cierto que
ese Espíritu sólo se percibe y se recibe en la fe. Aquella fe que los
mismísimos discípulos pedían a Jesús: “Señor, auméntanos la fe”.
Al
reincorporarme a las tareas ordinarias de la pastoral en mis dos parroquias
rurales (no sé aún cómo será mi colaboración en la Ciudad , tras haber cesado
como Vicario Parroquial de San Mateo), yo me pregunto cómo es mi fe. Y veo
necesario para cuantos nos llamamos creyentes, que nos detengamos a examinar
esto mismo: ¿cómo anda nuestra fe? ¿Es la que
presta fundamento, dirección, solidez y apoyo a mi sentir y a mi quehacer? ¿O
está arrinconada ahí, en la mente, como puro asentimiento a verdades que no
ofrecen orientación a mi vida?
¿Cuántos de
nosotros somos capaces de arrodillarnos cada noche ante Dios para decirle con
el corazón y de verdad aquellas palabras del Evangelio: “soy un pobre siervo y
he hecho lo que tenía que hacer”?
Sin quejas
egoístas, sin lamentos por los fallos propios y de los demás, dispuestos a
despertar a un nuevo día que Dios nos dispensará para realizar algún bien y
deshacer algún mal, ahorrándoles disgustos a los que nos rodean. Sin grandes
pretensiones, como nos enseña el Salmo 131: “no pretendo grandezas que superan
mi capacidad”. Pero con la enorme libertad de quien se sabe puesto en la vida
para recorrer un camino, el que nos traza la fe, único, personal e
intransferible, de servicio y de bondad.
JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO
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