Ni soñarlo,
ni imaginarlo podemos. El amor de Dios a su criatura, al mundo entero en cuanto
creación, a las personas humanas en su miserable condición de hacedores de una
sociedad injusta, desigual, rota... ese amor no tiene medida. El Padre entrega
a su Hijo al mundo con todas las consecuencias, incluso hasta la muerte y
muerte en Cruz. Como no
salimos de nuestro círculo vicioso de amor-odio, de ojo por ojo y diente por
diente, de tratar a los demás no como queremos ser tratados, sino en función de
nuestra conveniencia o como respuesta a lo que recibimos, bueno o malo, no
somos capaces de comprender el amor gratuito, desinteresado, capaz de perdonar
e iniciar de nuevo con el “enemigo” una relación nueva, constructiva, generadora
de paz y gozo común.
Por eso no
entendemos a Dios. Tampoco entendemos la Cruz. ¡Ah, si la comprendiésemos de verdad! Hay
muchos pueblos de nuestro entorno que celebran la Santa Cruz. Unos en mayo (que
por cierto ya ha sido suprimida como fiesta litúrgica porque se fundaba en un
pretendido hallazgo del auténtico madero en que Cristo fue crucificado y que no
esta bien documentado históricamente) y otros ahora en septiembre. Ahora, al
final de la cosecha, en el ciclo de las fiestas vinculadas al ciclo agrícola,
hay muchas fiestas: Natividad de la
Virgen el 8 de septiembre, la
Santa Cruz el 14 (en este año coincide con el
domingo prevaleciendo la celebración de la Fiesta sobre la propia celebración dominical),
San Miguel, el 29...
Celebrar la
fiesta es fácil. Bienvenidas sean las fiestas, aunque en muchas ocasiones nos
propasamos en gastos, sin considerar a quienes carecen de lo necesario o
molestando a ancianos y enfermos mucho más de lo debido con ruidos
insoportables durante toda la noche. Lo difícil es vivir en el día a día lo que
significan las fiestas.
¿Qué
significa la Cruz
realmente, en el día a día, para un pueblo o una institución que celebra este
día como fiesta patronal? El paganismo ambiental ha desdibujado el sentido de
las celebraciones festivas, más aún de la fiestas patronales. ¿Disfrutamos
realmente en este día del amor de Dios, de la salvación de Cristo que muere en
una Cruz, pero que a su vez esa Cruz es gloriosa porque la vida de Cristo no
termina en la muerte sino que EN ELLA LA VENCE , resucitando y haciéndonos resucitar con
él? “Cuando sea levantado a lo alto, atraeré todo y a todos hacia mí”.
En efecto,
ni soñamos, ni imaginamos, ni tampoco creemos realmente en la Cruz del Señor y en nuestras
cruces de cada día como paso a la vida nueva, a la vida en Dios, al gozo
inacabable de encontrarnos con un Padre amoroso que nos llena de su propia
gloria y dignidad. ¡Si creyéramos realmente en la Cruz y en el Dios que en ella
se nos manifiesta, otra sería nuestra vida! La de las personas y la de la
sociedad. Entonces sí creeríamos en una sociedad de iguales y trabajaríamos
duramente para obtenerla, suprimiendo barreras y construyendo desde la justicia
y la solidaridad.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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