En alguna
ocasión, mi comentario semanal giró sobre la oración-colecta de la celebración
dominical. Me parece haber anunciado que lo haría más veces. Después, la rutina
me ha llevado a fijarme siempre en las lecturas bíblicas. Volvamos esta semana
a la colecta.
Me llaman
la atención y quiero compartir con vosotros, los lectores, dos incisos de esta
oración. En primer lugar, el título por el que se invoca a Dios: “que
manifiesta especialmente su poder con el perdón y la misericordia”. Excelso. Y
excelso por verdadero. Estamos
habituados a pensar en un Dios grandioso por las obras de la Creación. Lo cual es cierto.
Tanto más podemos pensar ahora en la grandeza y poder inabarcable de Dios
cuanto más sabemos del Universo casi infinito. Sin duda podemos pensar en un
Dios mucho más grande hoy, con todo lo que sabemos de las galaxias, que cuando
el mundo se reducía a un universo cuyo centro era nuestro pequeño planeta azul.
Pero la
oración de este día pone, por encima del poder creador, la capacidad de “perdón
y misericordia” de Dios. Sin duda, ese perdón y misericordia, contemplado sobre
todo en Jesús que desde la Cruz
perdona a quienes lo matan, llega al corazón, nos emociona y acerca a Dios
infinitamente más que el número de las galaxias y las cifras mareantes de los
años-luz que distan las más lejanas de nosotros. No es
nuestro Dios un diosecillo cualquiera al que incluso pretendemos manejar. Es el
Dios siempre mayor que nadie puede pensar y menos definir. Pero de manera
especial porque perdona y es misericordioso con las miserias humanas, al pasar
por alto nuestra estulticia tan infinita como el universo. Y no porque esta
estulticia no le afecte. Ya lo creo que le afecta: ¡le ha costado la muerte del
Hijo!
Dicho lo cual,
vamos al segundo inciso: “deseando lo que nos prometes”. ¿De verdad esperamos
los cristianos que se cumplan las promesas de Dios? ¿No estamos prisioneros,
más bien, de la desesperanza y hasta de la desesperación? Acostumbrados al
incumplimiento de promesas humanas, nos volvemos escépticos. No tanto ya por
las promesas de los políticos que inducen a la desconfianza y hasta el
desprecio de quienes ni merecen el voto ni el más mínimo reconocimiento. (Entre
paréntesis: un aplauso para Gallardón, por su renuncia. Al menos ha sido
coherente).
Pero, por
importante que sea la política para la convivencia y el buen gobierno de los
ciudadanos, es cuestión menor en relación con la esperanza en las promesas de
Dios. Volverse chatos en las aspiraciones y los deseos, reducir el horizonte de
las expectativas humanas a la satisfacción de los apetitos inmediatos es
deshumanizante. ¡Cómo limitamos y empequeñecemos al ser humano cuando ni
siquiera creemos en las promesas divinas! Si no creemos, ¿cómo podremos desear
y esperar? Si queremos ser personas, habrá que “ensanchar el espacio de la
propia tienda”, como bellamente sugería el profeta Isaías. ¡Qué penita, pena,
haber reducido el ser humano a la intrascendencia de la inmediatez! Dios nos
cure de esta grave dolencia espiritual.
JOSÉ MARÍA
YAGÜE
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