Vistas de página en total

Buscar este blog

martes, 23 de septiembre de 2014

¿DESEAMOS LO QUE DIOS NOS PROMETE?

            En alguna ocasión, mi comentario semanal giró sobre la oración-colecta de la celebración dominical. Me parece haber anunciado que lo haría más veces. Después, la rutina me ha llevado a fijarme siempre en las lecturas bíblicas. Volvamos esta semana a la colecta.

            Me llaman la atención y quiero compartir con vosotros, los lectores, dos incisos de esta oración. En primer lugar, el título por el que se invoca a Dios: “que manifiesta especialmente su poder con el perdón y la misericordia”. Excelso. Y excelso por verdadero. Estamos habituados a pensar en un Dios grandioso por las obras de la Creación. Lo cual es cierto. Tanto más podemos pensar ahora en la grandeza y poder inabarcable de Dios cuanto más sabemos del Universo casi infinito. Sin duda podemos pensar en un Dios mucho más grande hoy, con todo lo que sabemos de las galaxias, que cuando el mundo se reducía a un universo cuyo centro era nuestro pequeño planeta azul.

            Pero la oración de este día pone, por encima del poder creador, la capacidad de “perdón y misericordia” de Dios. Sin duda, ese perdón y misericordia, contemplado sobre todo en Jesús que desde la Cruz perdona a quienes lo matan, llega al corazón, nos emociona y acerca a Dios infinitamente más que el número de las galaxias y las cifras mareantes de los años-luz que distan las más lejanas de nosotros. No es nuestro Dios un diosecillo cualquiera al que incluso pretendemos manejar. Es el Dios siempre mayor que nadie puede pensar y menos definir. Pero de manera especial porque perdona y es misericordioso con las miserias humanas, al pasar por alto nuestra estulticia tan infinita como el universo. Y no porque esta estulticia no le afecte. Ya lo creo que le afecta: ¡le ha costado la muerte del Hijo!

            Dicho lo cual, vamos al segundo inciso: “deseando lo que nos prometes”. ¿De verdad esperamos los cristianos que se cumplan las promesas de Dios? ¿No estamos prisioneros, más bien, de la desesperanza y hasta de la desesperación? Acostumbrados al incumplimiento de promesas humanas, nos volvemos escépticos. No tanto ya por las promesas de los políticos que inducen a la desconfianza y hasta el desprecio de quienes ni merecen el voto ni el más mínimo reconocimiento. (Entre paréntesis: un aplauso para Gallardón, por su renuncia. Al menos ha sido coherente).

            Pero, por importante que sea la política para la convivencia y el buen gobierno de los ciudadanos, es cuestión menor en relación con la esperanza en las promesas de Dios. Volverse chatos en las aspiraciones y los deseos, reducir el horizonte de las expectativas humanas a la satisfacción de los apetitos inmediatos es deshumanizante. ¡Cómo limitamos y empequeñecemos al ser humano cuando ni siquiera creemos en las promesas divinas! Si no creemos, ¿cómo podremos desear y esperar? Si queremos ser personas, habrá que “ensanchar el espacio de la propia tienda”, como bellamente sugería el profeta Isaías. ¡Qué penita, pena, haber reducido el ser humano a la intrascendencia de la inmediatez! Dios nos cure de esta grave dolencia espiritual.

            
                                                                                     JOSÉ MARÍA YAGÜE


No hay comentarios:

Publicar un comentario