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domingo, 7 de septiembre de 2014

LA NATIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA

Nacimiento de la Virgen. Icono ruso siglo XVI

La meditación en la fiesta del nacimiento de María se enriquece de ideas. Sólo los apócrifos se basan en la narración del nacimiento de la Madre del Salvador, empalagados de fantasías emocionadas y de hechos inverosímiles utilizables, no obstante, en el ámbito de las simbologías y como interpretaciones. En las lecturas bíblicas no se concentra la atención directamente en María, dado que faltan las fuentes relativas a su nacimiento.
Por consiguiente, la meditación sobre su nacimiento tiene que pasar al menos por una afirmación central en ellas, a saber: la importancia del nacimiento.
Semejante observación podría parecer una obviedad; sin embargo, nos introduce en la búsqueda del sentido profundo, más allá de la crónica, de una existencia desde la perspectiva de la fe en Dios y desde la confianza en la nueva criatura entrada en el mundo humano.
El punto fuerte en el descubrimiento de la importancia de un nacimiento está en el descubrimiento de que Dios es el protagonista de ese nacimiento y del destino de esa persona. La presencia determinante e indispensable de Dios como protagonista se encuentra, en consecuencia y por analogía, también en el nacimiento y en la vida de María. El oráculo de Miqueas (el leccionario propone Miq 5,2-5 como primera lectura alternativa) se refiere a una maternidad, esto es, a la fuente de un nacimiento proyectado por Dios: la cita de éste en Mt 2,6 denota una convicción mesiánica, traducida por el evangelista en una convicción cristológica y contextualmente mariológica. La relectura de otro oráculo (Is 7,14) por parte del mismo evangelista señala en la virgen parturienta María a la madre designada por el mismo Dios y envuelta en el abismo místico de la comunión con el Espíritu Santo, el «Señor que da la vida». La importancia del nacimiento de María se deduce también a través de la prefiguración de ella en aquellos que fueron llamados por Dios según su designio, conocidos desde siempre, predestinados, justificados (la singular redención anticipada de la Inmaculada), glorificados.

Lecturas del día:

Nuestra Señora de la Vega, patrona de Salamanca

La talla de esta virgen, de estilo románico, era la titular del monasterio salmantino de Santa María de la Vega, situado en la vega del río Tormes, perteneciente a los canónigos dependientes de los de San Isidoro de León. Ante la ruina de esta iglesia, fue trasladada a otra y más tarde al convento de San Esteban, donde permaneció de 1842 a 1904 que es cuando se instaló definitivamente en el altar mayor de la Catedral Vieja.
Por su técnica se ha datado de finales del siglo XII; la escultura mide 72 centímetros de altura. Se compone de dos figuras, la Virgen con el Niño sentado sobre su rodilla izquierda. Está realizada en madera y recubierta de piezas de cobre dorado y ornamentos formados por cabujones de pedrería de colores. El rostro de la Virgen y la cabeza del Niño junto con las manos de ambos son de bronce fundido y sin dorar. Los ojos en la cara ovalada de la Madre son de azabache y el rostro del Niño con unas facciones infantiles, recordando ya al estilo gótico, presenta los ojos de vidrio azul.
Las vestiduras son de chapa modelada a martillo sobre la madera tallada y sujeta a ella por medio de clavillos también de cobre. Los adornos de cabujones llevan piedras azules, verdes y rojas. La cabeza de la Virgen está cubierta con un velo y sobre éste una corona real moderna sustituye a la anterior.
El trono no tiene respaldo, está esmaltado y sus partes frontales están adornadas con querubines dentro de aureolas. En todo alrededor del trono, dentro de unos arcos se encuentran unas figuras en releive, esmaltadas sobre un fondo dorado, representando a los apóstoles. Los colores empleados son el azul turquesa, azul cobalto, rojo, verde, amarillo, negro y blanco alternados.



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