Nacimiento de la Virgen. Icono ruso siglo XVI |
La meditación en la fiesta del nacimiento de María se
enriquece de ideas. Sólo los apócrifos se basan en la narración del nacimiento
de la Madre del Salvador, empalagados de fantasías emocionadas y de hechos
inverosímiles utilizables, no obstante, en el ámbito de las simbologías y como
interpretaciones. En las lecturas bíblicas no se concentra la atención
directamente en María, dado que faltan las fuentes relativas a su nacimiento.
Por consiguiente, la meditación sobre su nacimiento tiene
que pasar al menos por una afirmación central en ellas, a saber: la importancia
del nacimiento.
Semejante observación podría parecer una obviedad; sin
embargo, nos introduce en la búsqueda del sentido profundo, más allá de la
crónica, de una existencia desde la perspectiva de la fe en Dios y desde la
confianza en la nueva criatura entrada en el mundo humano.
El punto fuerte en el descubrimiento de la importancia de un
nacimiento está en el descubrimiento de que Dios es el protagonista de ese
nacimiento y del destino de esa persona. La presencia determinante e
indispensable de Dios como protagonista se encuentra, en consecuencia y por
analogía, también en el nacimiento y en la vida de María. El oráculo de Miqueas
(el leccionario propone Miq 5,2-5 como primera lectura alternativa) se refiere
a una maternidad, esto es, a la fuente de un nacimiento proyectado por Dios: la
cita de éste en Mt 2,6 denota una convicción mesiánica, traducida por el
evangelista en una convicción cristológica y contextualmente mariológica. La
relectura de otro oráculo (Is 7,14) por parte del mismo evangelista señala en
la virgen parturienta María a la madre designada por el mismo Dios y envuelta
en el abismo místico de la comunión con el Espíritu Santo, el «Señor que da la
vida». La importancia del nacimiento de María se deduce también a través de la
prefiguración de ella en aquellos que fueron llamados por Dios según su
designio, conocidos desde siempre, predestinados, justificados (la singular
redención anticipada de la Inmaculada), glorificados.
Lecturas del día:
Nuestra Señora de la Vega, patrona de Salamanca |
La talla de
esta virgen, de estilo románico, era la titular
del monasterio salmantino de Santa María de la Vega, situado en la vega del río Tormes,
perteneciente a los canónigos dependientes
de los de San Isidoro de León. Ante
la ruina de esta iglesia, fue trasladada a otra y más tarde al convento de San Esteban, donde permaneció de 1842 a 1904 que es cuando se instaló
definitivamente en el altar mayor de la Catedral Vieja.
Por su
técnica se ha datado de finales del siglo XII; la escultura mide 72 centímetros
de altura. Se compone de dos figuras, la Virgen con el Niño sentado sobre su
rodilla izquierda. Está realizada en madera y recubierta de piezas de cobre dorado
y ornamentos formados por cabujones de pedrería de colores. El rostro de la Virgen
y la cabeza del Niño junto con las manos de ambos son de bronce fundido
y sin dorar. Los ojos en la cara ovalada de la Madre son de azabache y el rostro del Niño con unas facciones
infantiles, recordando ya al estilo gótico, presenta los ojos de vidrio azul.
Las
vestiduras son de chapa modelada a martillo sobre la madera tallada y sujeta a
ella por medio de clavillos también de cobre. Los adornos de cabujones llevan
piedras azules, verdes y rojas. La cabeza de la Virgen está cubierta con un
velo y sobre éste una corona real moderna sustituye a la anterior.
El trono no
tiene respaldo, está esmaltado y sus partes frontales
están adornadas con querubines dentro de aureolas. En
todo alrededor del trono, dentro de unos arcos se encuentran unas figuras en releive, esmaltadas sobre un fondo dorado, representando a los apóstoles. Los colores empleados son el azul turquesa, azul
cobalto, rojo, verde, amarillo, negro y blanco alternados.
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