"El que ama no hace mal al prójimo" (Rom 13,10).
Madre de Dios del Signo |
La Palabra de Dios propuesta por la liturgia orienta
nuestros pasos y guía nuestra mente y nuestro corazón hasta el mandamiento
evangélico de la corrección fraterna: el profeta Ezequiel proclama la
responsabilidad personal, el apóstol Pablo recuerda que en el amor mutuo hunde
sus raíces y, por ultimo, el evangelista Mateo enseña a practicarla con el
estilo de Jesús.
Frente a este
tema experimentamos una sensación de malestar una cierta resistencia. Y a
menudo -así hay que reconocerlo- eludimos la corrección fraterna. Por tanto, es
necesario redescubrir el sentido teológico profundo de la corrección fraterna.
Contemplemos con mirada atenta el misterio de la cruz de Jesucristo mediante la
cruz nos llega la salvación; la cruz es el signo del gran amor que Dios nos
tiene; salvándonos, nos hace portadores de su salvación. La auténtica
corrección fraterna nace justo "en ese punto de encuentro donde la
salvación obtenida se convierte en salvación entregada, donde un pecador
perdonado se convierte en instrumento de perdón redentor de mediación
salvadora, y sale al encuentro del hermano pecador como él, para que acoja el
do de Dios, igual que él" (A, Cencini).
Si la cruz de Jesús es el centro de la experiencia religiosa
personal, también será el centro de la fraternidad que se reúne en su nombre:
por la cruz pasará nuestra interrelación. Sólo la cruz de Jesús tiene el poder
de juzgar y reconciliar, y si vivo en la escucha humilde y sincera de la
Palabra de la cruz, si me dejo <<radiografiar» en mi verdad y forjar en
la verdad de Dios-Amor entonces, y sólo entonces, podré ser un instrumento de
corrección y reconciliación, libre de cualquier tipo de juicio. Este camino de
corrección fraterna evita tanto los excesos de la impotencia como de la
prepotencia, excesos -uno y otro— que revelan un escaso sentido de la
comunicación y de la disponibilidad para corregir y dejarse corregir
fraternalmente.
Todavía resuenan hoy las proféticas palabras de Pablo VI en
su exhortación Paterna cum benevolentia: "La corrección fraterna es un
acto de caridad mandado por el Señor [...]. Su práctica obliga a quien la
rea1iza a sacar primero la viga de su ojo (cf Mt 7,5), para que no se pervierta
el orden de la corrección. La práctica de la misma se dirige desde el principio
como un movimiento a la santidad, que solo puede obtener en la reconciliación
su plenitud; consistente no en una pacificación oportunista que disfrazase la
peor de las enemistades, sino en la conversión interior y en el amor unificador
en Cristo que se deriva" (cap. VI). En esta línea comprendemos 1a grandeza de
la corrección fraterna: un instrumento indispensable que ayuda a crecer a la
comunidad y a cimentarla en el amor de Cristo.
Ayúdame, Señor; a permanecer enmudecido a los pies de tu
cruz para escuchar tu Palabra y dejarme alcanzar y modelar por ella. Solo la
Palabra de tu cruz revela la verdad de mi vida y desvela el disfraz de mi
mentira. Tu Palabra me juzga, Señor, me juzga severamente; ante ella no
puedo, ni quiero, esconderme. Descubro con la delicia y la alegría del niño
que, mientras tu Palabra "hiere, cura" (cf Job 5,18), de ella
nace una vida nueva.
Descubro que "el Señor reprende a quien ama, como un
padre a su hija predilecto" (cf Prov 3,12). Descubro que "él
reprende, corrige, enseña y conduce como un pastor su rebaño" (cf Sir 18,13). Y
aun descubro que la Palabra de la cruz me atrae y su potencia divina acoge mi
debilidad palmaria y transforma el mal en bien. Señor, ayúdame a ser según tu
Palabra.
Debemos querer la salvación de todos; empleemos
saludablemente la severa corrección para que no perezcan o se pierdan otros.
Sólo a Dios toca el hacerla provechosa a los que El previó y destinó para ser
conformes a la imagen de su Hijo (Rom 8,29). Pues si alguna vez nos abstenemos
de corregir por temor a que alguien se pierda ¿por qué hemos de corregir por
temor a que alguien no se pervierta mas? No tenemos nosotros entrañas mas
piadosas que el apóstol cuando dice; "Os exhortamos asimismo, hermanos,
a que amonestéis a los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes,
sostengáis a los débiles y seis pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a
otro mal por mal; antes bien, procurad siempre el bien mutuo y el de todos" (1
Tes 5,14ss). Estas palabras significan que se vuelve mal por mal cuando se
descuida la corrección que debe hacerse y se evita con culpable disimulo. Pues
dice también: "A los culpables, repréndelos delante de todos, para que
los demás cobren temor" (1 Tim 5,20).
Se alude aquí a los pecados públicos, pues de lo contrario
daría motivo para pensar que el lenguaje del apóstol es contrario al del
Salvador que manda: "Si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas" (Mt 18,15). Y, sin embargo, El también lleva la severidad mas adelante,
añadiendo: "Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco
hace casa a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano" (Mt
18,17).
¿Y quién amó mas a los enfermos que El, pues por todos se
hizo flaco y por todos fue crucificado a causa de su humanidad?
Siendo esto así, luego ni la gracia excluye la corrección ni
la corrección excluye la gracia. Por consiguiente, al prescribirse lo que exige
la justicia, se ha de pedir con fiel oración a Dios la gracia para cumplirla, y
ambas cosas han de hacerse sin que se descuide la justa corrección. Y todo
hágase con caridad, porque la caridad no peca y cubre multitud de 1os pecados
(1 Pe 4,8)
Agustín de Hipona,
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