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miércoles, 20 de agosto de 2014

¿QUÉ SIGNIFICO YO EN TU VIDA?

            Más allá de esas dos preguntas que Jesús dirige a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo? ¿quién decís vosotros que soy yo?, para nosotros se podrían traducir en esta única: ¿qué significo yo en tu vida?

            Esta es la gran cuestión para el cristiano de hoy. No bastan unas prácticas religiosas para ser cristiano (“no todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos”). Tampoco basta aceptar unas doctrinas religiosas y morales sostenidas por los representantes de la Iglesia, e incluso  sintonizar con ellas, con lo difícil que ello resulta a un buen grupo de personas, sobre todo jóvenes, particularmente en asuntos como el matrimonio indisoluble, las relaciones sexuales o la contraconcepción. Ni siquiera es suficiente para ser un buen cristiano un comportamiento moral regido por la doctrina de la Iglesia, sobre todo en la cuestión social. Todas estas cosas son muy importantes y necesarias para la vida cristiana, si ésta no ha de ser un uso de la fe a la carta y según personales preferencias.

            Pero la clave de la fe y de la vida cristiana es la relación personal con Jesucristo. Que de eso van las preguntas lanzadas por Jesús a sus discípulos, de entonces y de ahora. La respuesta de aquellos, representada por Pedro, no es la misma en los tres evangelios sinópticos. Marcos y Lucas hacen responder a Pedro: “tú eres el Mesías”. A esas palabras, Mateo añade: “el Hijo de Dios vivo”. Esta diversidad no es cuestión de matices, de un poco de más o de menos. Es algo sustancial.

            Reconocer a Jesús como “Mesías” es mucho. Es aceptarlo como el prometido por Dios en el A.T. para liberar al pueblo judío de su dependencia extranjera, de su crónico estado colonial. Pero cabían muy variopintas interpretaciones del papel del Mesías esperado. Entre ellas, la de ser un líder político que expulsaría a los extranjeros con la fuerza de las armas (así los zelotes y sicarios de los que alguno pudo pertenecer al grupo selecto de los doce discípulos de Jesús). El rechazo inmediato de Pedro al camino propuesto por Jesús de subir a Jerusalén para allí sufrir el rechazo de los poderes públicos y la muerte, es un claro ejemplo de la no plena aceptación del mesianismo de Cristo por los discípulos en aquel preciso momento, antes de la Pascua.

            Por eso hay que dar un paso más. Reconocer y aceptar a Jesucristo como “el Hijo de Dios vivo”. Es decir, como el que asume la soberanía y el dominio de la vida del discípulo. Y, en contraprestación, el discípulo se transforma en copartícipe de todos los bienes del Señor. Jesús explicó esto con la alegoría de la vid y los sarmientos. La historia de la espiritualidad (especialmente carmelitana, pero ni mucho menos exclusiva de Sta. Teresa) lo ha enseñado con el ideal de la plena unión de Cristo y el cristiano. La doctrina del cuerpo místico de Cristo ya en San Pablo y expuesta, por ejemplo, por S. Juan Eudes lo expresa admirablemente: los bienes de la cabeza son también de los miembros y los miembros pertenecen totalmente a la cabeza.

            ¿Buscamos los cristianos hoy este encuentro y esta plena identificación con Jesús? De otro modo, la vida cristiana es precaria y siempre amenazada de sucumbir.


                                                                                  JOSÉ MARÍA YAGÜE


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