"No temas, yo estoy contigo" (Hch 18,10).
Mosaico siglo XII. Sicilia. |
Elías en el Monte Horeb |
Los tres textos de la liturgia reflejan el tema de la fe en
el Dios-con-nosotros, presente y activo tanto en la historia universal como en
los acontecimientos personales de cada uno. Y a su vez, nos proponen una
reflexión sobre la continuidad de la experiencia de fe judía y cristiana, de la
diferencia de calidad y modos. Elías, Pablo y Pedro son tres campeones con
quienes podemos confrontar nuestra experiencia de fe en el Dios trascendente,
supremo y santo, que es todo para el hombre; el Dios de los "padres" envuelto en aureola misteriosa es el Dios que actúa dentro de la historia como
el que salva; el Dios cuya esencia es incognoscible, pero cuya voluntad y deseo
se inclinan en favor del hombre, en mimarlo y llevarlo cogido de la mano. Esto
no permite fáciles abstracciones filosóficas, sino empeñar todo el ser en la
opción fundamental de la fe. No son simples mensajes, sino hechos. El Dios "totalmente otro" no se manifiesta en imágenes, sino que se revela
mediante la Palabra y, al llegar la plenitud de los tiempos, en el Hijo
unigénito. La fe no puede quedar relegada a la esfera afectiva del hombre. La
fe es compromiso y empeño, pues la historia no es una secuencia de hechos, sino
un único acontecimiento salvífico, cuya trama la teje Dios con toda la humanidad.
Concédenos, Señor la vista que nos permita ver tu amor en el
mundo, a pesar de los chascos humanos. Concédenos la fe para confiar en tu
bondad, a pesar de nuestra ignorancia y debilidad. Concédenos el conocimiento,
para que sigamos orando con un corazón consciente, y muéstranos lo que cada uno
de nosotros tiene que hacer para favorecer la llegada del día de la paz
universal.
(los astronautas del Apolo VIII, desde el espacio, el 24 de diciembre
de 1968).
Dios mío, he nacido para contemplarte, para vivir en ti,
para actuar por ti. Sólo la conciencia de servirte fielmente puede darme la
paz. Tengo miedo de pensar que no soy digno de ti. Este es el verdadero "temor de Dios", Dios mío, he crecido y he tenido que soportar
que seas un desconocido no sólo de pensamientos, sino también de palabras y de
obras... En mi interior me he propuesto resarcir esas ofensas, ser impecable y
valiente caballero tuyo.
Me he equivocado, he pecado contra ti, no me he entregado a
ti con todas mis fuerzas, me he distraído; también yo te he ofendido. He tenido
miedo de cumplir tu voluntad; han surgido en mí prepotencias y villanías que de
ningún modo quería sentir. Pero la violencia usada en tu nombre o -mejor- la
resistencia al mal en tu nombre es santa, aunque resulte dolorosa a alguien. Y
como alguien, Dios, quieres que esté yo, y estaré con el más fuerte para
participar de su fuerza, si bien, pienso, después, que esto puede bloquearme de
cara a uno más débil que yo, de cara a alguien que tengo más necesidad que yo.
No obstante, ¿perderé la fuerza que tengo?, ¿se me comunicará la debilidad
ajena? Quizá, el riesgo existe, pero la salvación consiste en neutralizar las
influencias o, mejor dicho, en mantener un equilibrio tal para poder dar sin
ser arrastrados (Mario Finzi, un joven judío de Bolonia, el 23 de marzo de
1944, ocho días antes de su detención y deportación a Auschwitz).
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