Tenía
destinadas dos horas de este lunes 25 de agosto para escribir la reflexión
semanal que trata de ser una actualización del Evangelio del domingo próximo a
nuestro momento histórico. He comenzado leyendo lo que escribí hace unos años.
Y resulta que es lo que quisiera decir hoy. Es un poco más largo que de
costumbre, pero creo que vale la pena mantenerlo tal cual, con ligeros
retoques. A veces es necesario volver sobre lo realmente importante. No es, en
este caso, ni pereza ni comodidad transcribir con algún retoque lo ya dicho
anteriormente.
Nuestra
cultura hedonista está reñida con la cruz. Sin embargo, no procede cargar las
tintas sobre las dificultades especiales que puede encontrar el hombre actual
para el seguimiento de Jesús. Porque el sufrimiento nadie lo quiere ni lo ha
querido nunca y la “buena vida” (en términos de bienestar, disfrute, quietud
sin sobresaltos ni riesgos...) es una legítima aspiración del ser humano. Por esto,
cuando Jesús explica que le aguardan padecimientos y que sufrirá una muerte
ultrajante, Pedro pretende apartarlo de ese camino: ¡eso no puede pasarte! La
postura de Pedro es la del sentido común; nadie quiere nada malo para las
personas queridas, y si se puede evitar algún mal, es obligación hacerlo.
Pero es
cierto, que nuestra civilización exacerba la tendencia natural ahuir del dolor.
Tras haber logrado domesticar muchas fuerzas hostiles de la naturaleza, con
tantos medios para evitar el dolor, incluso de los enfermos, y con tantas
ofertas para hacer agradable la vida, estamos en peores condiciones y
disposición para aceptar el mensaje de la Cruz.
Si a ello se añade la fuerza persuasiva de la propaganda,
dedicada a ofrecer comodidad y evitar molestias, entonces resulta poco menos
que de locos la propuesta del seguimiento de Cristo: negarse a sí mismo, cargar
con la cruz. ¡Ahí es nada!
¿No es éste
el problema crucial que personalmente padecemos muchos “buenos cristianos”,
incluso los obispos y sacerdotes, dedicados al culto y a la predicación?
Sabemos que Cristo nos redime mostrándonos su amor hasta dar la vida en la Cruz. Sabemos que nadie tiene
mayor amor que el que da la vida por los demás. Sabemos que cargar con la cruz
significa comprometernos en el trabajo anónimo, sencillo y cotidiano para hacer
la vida más soportable a quienes la tienen difícil, para acompañar, consolar,
ayudar... Sabemos... Sabemos...
Pero el
confort de nuestras casas, las múltiples y variadas ofertas de TV, cine,
música, deportes... para todos los gustos, nos entretienen y así vamos
aplazando “sine die” la decisión de negarnos a nosotros mismos (tomar distancia
frente a la propia satisfacción), de cargar con el peso de servir a los demás y
de seguir en serio a Jesús. Confieso que éste es mi problema fundamental e
invito a los amigos lectores a que se examinen para descubrir si no es el miedo
al sufrimiento y a la renuncia al bienestar la raíz de la falta de compromiso
con la vida, con la gente que sufre y con los acuciantes problemas de nuestro
mundo (el cercano de la vecindad, del pueblo, de la parroquia y el más lejano
pero no menos acuciante de los pobres del tercer mundo, de las guerras, de los
desplazados...). En efecto,
la sociedad de bienestar nos acuna y adormece y así se puede ir pasando la vida
–dilapidándola- en lugar de encontrarla junto a Cristo, mediante el sacrificio
del propio yo.
Por tanto,
lo que se nos sugiere a los cristianos es esforzarnos en el culto verdadero, el
que se da en la vida misma. Es decir, la disposición para el sacrificio, para
el sufrimiento que viene de la mano del compromiso con la esposa, con el
esposo, con los hijos, con los vecinos, con los feligreses, con los pobres...
Que no otra cosa es la Cruz
de Cristo. Naturalmente, este compromiso, este cargar con la cruz, requiere
“renovar la mente y no ajustarse a los deseos y propuestas de este mundo”. De no ser
así, acabaremos como el Pedro del Evangelio, a quien Jesús llama Satanás, es
decir, obstáculo, maestro de falsedad. El mismo Jesús le indica su puesto con
firmeza: no te pongas en mi camino, toma el lugar que te corresponde detrás de
mí. ¿Queremos ser discípulos en estas condiciones?
No hay comentarios:
Publicar un comentario