"Acuérdate de mí cuando vengas como
rey" (Lc 23,42)
El pasaje de la Carta a los Colosenses nos pregunta si
podemos prescindir de Cristo, dado que él es el artífice de la vida, de la
nuestra y de la del mundo. Dado que hemos sido introducidos en su Reino,
¿podemos rechazar su primacía o escoger otras? Sería verdaderamente difícil
comprender el sentido de nuestra vida. Es como si debiéramos actuar sin un
modelo de referencia, sin una base, sin un principio unificador de nuestras
capacidades: de la mente, del corazón, del cuerpo. Él es la imagen del Dios
invisible, el primogénito, el principio, la cabeza, el primado, el pacificador.
En él está la plenitud de la vida divina.
El «buen ladrón» decide confiarse a Jesús pidiéndole entrar
a formar parte de su Reino. Reconoce la justicia de este rey precisamente en la
hora en que parte para su más largo viaje, como en la parábola (cf. Lc
19,11-27). Jerusalén, sin embargo, que no ha reconocido ni acogido a Jesús,
está a punto de hundirse (13,34ss; 19,41-44). Tenía el tesoro entre sus
murallas, pero no lo apreció. No obstante, dejó que su rey fuera reconocido por
todas las tribus de la tierra, lo ofreció en rescate por toda la humanidad.
Según Lucas, el artífice de toda la creación llevó a cabo su designio desde
Jerusalén, desde el centro de la historia de la salvación y del universo,
reconciliando todo desde el interior de la creación. Ahora, todas las tribus de
la tierra se reúnen en torno a él para ser pacificadas de nuevo en su sangre.
El mundo y el universo pueden tomar del tesoro de Cristo la
sabiduría necesaria para crear las condiciones fundamentales para la vida de
todo ser vivo. La fiesta de Cristo Rey es, pues, la fiesta de toda criatura que
no encuentra espacio en esta tierra porque está aplastada por lógicas que no
responden a la verdadera Sabiduría, lógicas de poder y de beneficio, lógicas
que responden a la ley del más fuerte y no a la ley del perder la vida para que
todos la tengan en abundancia.
Señor Jesús, hijo del amor de Dios, no por nuestros méritos
hemos obtenido en herencia formar parte de tu Reino, sino que nos lo ha
concedido el Padre, precisamente él, que mediante ti y por ti creó todas las
cosas.
Tú, que padeciste la injusticia humana para encontrar a un
condenado a muerte, ayúdanos a realizar hoy la justicia de tu Reino: el perdón
del pecador, la fiesta para cada hombre arrebatado al reino de la muerte.
Aleja de nosotros la tentación de la violencia que reprime
la violencia, el deseo de venganza, la voluntad de hacernos justicia nosotros
mismos.
Haz que nuestros ojos, cegados por los espejismos del
beneficio, puedan contemplar el tesoro de tu sabiduría; que nuestras mentes
necias puedan intuir políticas de desarrollo y de paz; que nuestros corazones
endurecidos se apasionen de nuevo ante el misterio de la vida contenido en el
universo; que nuestras manos ensangrentadas trabajen en la construcción de tu
Reino.
A ti, Señor, el honor, el poder y la gloria por los siglos
de los siglos. Amén.
El Hijo de Dios es el rey de los cielos. Más aún, por ser la
verdad misma y la misma sabiduría y justicia, con razón afirmamos que se
identifica con el mismo Reino. Este Reino, por tanto, no tiene sede ni por
debajo ni por encima de nuestra dimensión, sino en todo lo que recibe el nombre
de «cielo». En efecto, aunque eliminases aquel pasaje en el que se lee: «De
ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3), podrías afirmar, no obstante,
que el reino de ésos -mientras dura- es Cristo mismo, dado que extiende su
poder incluso sobre cada uno de los pensamientos de aquel que deja de ser
esclavo del pecado; ese pecado que, por el contrario, de señor lo convierte en
el cuerpo mortal de aquellos que están prostituidos. Al decir, pues, que Cristo
domina sobre cada pensamiento de alguien, pretendo dar a entender que allí
donde haya justicia y sabiduría y verdad junto con todas las otras virtudes,
allí ejerce el Señor su poder sobre aquel que se ha convertido él mismo en
«cielo», llevando en sí mismo la imagen de realidades celestiales (Orígenes, Comentario
al evangelio de Mateo, 14, 7).
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