"Muéstranos, Señor, tu misericordia" (Sal 84,8)
«Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el
Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por
las buenas obras». Con estas palabras se abre la oración inicial de la liturgia
de hoy. Nos indican, exactamente, el sentido de cuanto estamos viviendo. Dios,
como Padre, está en el origen de todo bien y de nuestra misma vida, y nos pone
como punto de llegada de nuestro camino «Cristo que viene». Nuestra existencia
se desarrolla totalmente entre esta gracia de Dios que nos precede y la plena
configuración con Cristo hacia la que nos encaminamos. Es, pues, su gracia la
que suscita en nosotros esa capacidad para emprender el camino con obras
buenas.
Mientras estamos de camino, la Palabra de Dios nos exhorta a
ser como el profeta capaces de tener “visiones”. No en el sentido de abrigar
sueños ilusorios, sino en el sentido de saber mirar a lo lejos: incluso si la
ciudad está llena de idolatría, infidelidad, injusticia, el papel de la Iglesia
es el de volverse hacia Dios, testimoniando que él es el único y llama a todos
a sí. Orientándose y orientando a los otros a Dios, nuestra comunidad creyente
manifiesta también el deseo de justicia que está en todos nosotros. Por otra
parte, la Palabra nos invita a ser como el dueño prudente de una casa que sabe
vigilar el tesoro que posee. Jesús no teme usar la imagen del ladrón, y es que
corremos el gran riesgo de no acoger la gracia de Dios que se nos brinda y que
nos la puedan robar por nuestra pereza, nuestra ignorancia, nuestra
irresponsabilidad. No basta construir el signo del arca, como en tiempos de
Noé, si luego esta arca no nos enseña a volver a Dios.
Es tu amor, Padre, el que nos pone de nuevo en camino hacia
tu Hijo que viene. Te agradecemos este tiempo que nos regalas para poder
acogerte y todas las ocasiones que nos brindas. Concédenos dejarnos visitar por
tu gracia y que nuestra voluntad se deje sacudir por tu venida.
Padre, destierra de nosotros la pereza, la desgana y la
desidia de ver “siempre lo mismo” y enséñanos a ponernos de nuevo en camino.
Vence nuestra ignorancia que piensa conocerte ya lo suficiente. Vence nuestra
tibieza que nos lleva a pensar que te amamos bastante. Vence nuestras rutinas
que nos hacen creer que ya no podemos descubrir nada nuevo en tu compañía.
Después de conocer la luz, ayúdanos a no desear más el mundo
de las tinieblas; después de haber intuido el camino de la paz, no permitas que
seamos tentados por la arrogancia y el egoísmo; después de que nos has
revestido del Señor Jesús y de introducirnos en la vida del Espíritu, no
permitas que nos dejemos seducir por los deseos carnales.
Escogió para sí, aunque fuera tarde, a los que se han dejado
vencer por el sueño, e incluso a los que han perdido a Cristo. De hecho, no se
pierde a Cristo hasta el punto de que no vuelva si se le busca; pero vuelve a
los que velan y siempre está disponible para los que se levantan; es más, está
cercano a todos, porque está en todas partes y lo llena todo. Él no falla a
nadie; superabunda para todos; de hecho abundó el pecado para que superabundase
la gracia. La gracia es Cristo, la vida es Cristo, Cristo es la resurrección. Quien
se levanta del sueño lo encuentra presente (San Ambrosio, Tratado sobre el
evangelio de Lucas, V).
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