"Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona" (Lc 24,39)
Numerosos iconos representan la zarza ardiente como una alusión a la Virgen |
Señor Jesús, también a nosotros, como un día a tus
discípulos, nos resulta difícil comprender tu anuncio de
pasión-muerte-resurrección. También nosotros nos comportamos más como saduceos,
buscando de todas las maneras afirmarnos en la vida, que como cristianos
capaces de perder la vida por tu causa y por el Evangelio.
Tú, que has venido a darnos a conocer al Dios de la zarza,
haznos testigos animosos de tu pascua y lleva a cabo en nosotros la
bienaventurada esperanza de estar contigo siempre en la gloria del Reino de
Dios, nuestro Padre.
Así pues, resucitará la carne: idéntica, completa e íntegra.
Dondequiera que se encuentre, será depositada junto a Dios, por obra del
fidelísimo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, que restituirá Dios
al hombre y el hombre a Dios, el espíritu a la carne y la carne al espíritu: ha
unido ya ambos en su persona (…).
Eso que tú consideras un exterminio es una simple partida.
No sólo el alma se aleja, sino que también la carne se retira mientras tanto:
al agua, al fuego, a los abismos, a las fieras. Cuando parece disolverse así,
es como si fuera transfundida en vasos. Si después también los vasos
desaparecen, porque se disuelven y son reabsorbidos en lo lortuoso de su madre
la tierra, de ésta será formado de nuevo Adán, el cual oirá de Dios estas
palabras: «¡Resulta que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros!» (Gn
3,22). Entonces será verdaderamente consciente del mal del que ha escapado y
del bien en el que ha confluido. ¿Por qué, alma, sientes odio por la carne?
Nadie te es tan prójimo ni a nadie debes amar tanto, después de Dios; nadie es
tan hermana tuya, porque también contigo nace ella en Dios (Tertuliano, La
resurrección de la carne, 63).
Entre las diferentes formas de la corporeidad existe un
abismo imposible de colmar a veces: una piedra no se convierte en pájaro. Otras
formas corpóreas, sin embargo, aunque presentan diferencias, están en una
relación vital, constituyen las fases de un único desarrollo, como por ejemplo
la semilla y la planta que de ella nace. En este caso, el abismo queda superado
por el misterio del grano que germina. Sin embargo, para superarlo es necesario
lo que Pablo llama «el morir». La semilla debe entrar en la tierra y
morir en ella, es decir, perder su forma, a fin de que pueda nacer la nueva planta.
Y he aquí el paso: lo mismo sucede en el hombre. También en el hombre está
presen- te la corporeidad en dos formas: la terrena y la celestial; de ellas,
la primera es semilla de la segunda. También ellas están separadas por la
muerte. El cuerpo deberá ser depositado en la tierra y descomponerse; sólo
entonces se convertirá en el cuerpo nuevo, celestial. Pero he aquí la
diferencia: la planta «nace» verdaderamente «de la semilla», de sus
virtualidades y funciones; no así, en cambio, el cuerpo celestial del
terrestre. A través de su descomposición, la semilla vive de una manera directa
en la nueva planta. El cuerpo humano será resucitado después de la muerte. Aquí
domina otro poder, que no brota del interior de la estructura humana, sino de
la libertad de Dios (R. Guardini, Le cose ultime, Milán 21997,
pp. 69ss).
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