Es impresionante el diálogo entre el rey David y el profeta
Natán. Es de hace tres mil años, pero de tanta actualidad que no me resisto a
transcribirlo. Creyentes y no creyentes, practicantes o no, léanlo despacio y
aplíquense el cuento:
... Natán
dijo a David : Así dice el Señor: “Yo te ungí rey de Israel, te libré de las
manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos,
te entregué la casa de Israel y de Judá, y, por si fuera poco, pienso darte
otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a
él le parece mal? Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su
mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme
despreciado quedándote con la mujer de Urías”. David respondió a Natán “He
pecado contra el Señor”. Natán le dijo: “El Señor ha perdonado ya tu pecado, no
morirás”.
¿Qué
necesita el hombre egoísta, cerrado sobre sí mismo, para satisfacerse? Nunca
tendrá bastante y despreciará a todos con tal de conseguir lo que desea. Este
David se parece no poco a nuestro mundo desarrollado a costa de arruinar y
ningunear al resto del mundo. David es también el político, el que ocupa un
cargo de confianza o el hombre de negocios que, ajeno a las necesidades del
prójimo, acapara millones de euros en paraísos fiscales y llega a presumir de
ello. Se acumulan los delitos con total insensibilidad. No cuenta para David el
dolor del otro. Lo único que le importa es su “ego”; para ello hay que hinchar posesiones,
poder y mostrar superioridad.
Ningún
perdón disminuye la culpa y ahorra el sufrimiento creado. Lo malo del pecado es
que siempre lleva consigo la muerte de algún Urías. Al final, la muerte del
hijo. Esa es la tragedia del pecado, de eso que no quiere ni escuchar la
sociedad moderna. Ya podemos debatir sobre la “violencia de género” y dar leyes
contra la corrupción. El mal crecerá mientras se alimenten los instintos
básicos: egolatría, competencia, sexualidad como pura satisfacción del deseo, avaricia...
“Cuidadito”, que decía un viejísimo maestro de mi infancia, con confundir los
derechos personales con la inclinación a los pecados capitales.
Por eso, el
perdón siempre ofrecido y siempre otorgado no abarata en absoluto la malicia del pecado. Y por eso
no puede haber perdón sin arrepentimiento. Arrepentimiento que no es una
triquiñuela legal para irse de rositas. Es llorar de veras y para siempre por
el mal causado. Lo que implica devolver todo lo que se ha robado y resarcir a
las víctimas directas. Perdón no es impunidad. El hijo del pecado tiene que
morir. Entiéndase bien. Lo que significa la muerte del hijo de David es que
nadie, si ha ser perdonado, puede seguir aprovechándose de sus fechorías.
Esto es lo
que no acabamos de entender en nuestra sociedad. Entenderlo es cambiar. Reparar
el mal cometido, devolver la dignidad a las víctimas y hacerles posible el
seguir viviendo sin ira. No hay arrepentimiento y no hay perdón, por tanto,
hasta que el pecador se pone de rodillas, confiesa su pecado y vuelve a la casa
del Padre para vivir no como verdugo sino como hermano.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
No hay comentarios:
Publicar un comentario