¿Quién soy yo para ti?
(Agustín de Hipona, Confesiones, I, 5)
Lecturas del día:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130623&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0
Vídeo de la semana:
http://www.youtube.com/watch?v=37mJFubYvXg
¿Y quién soy yo para ti, pues me mandas que te ame, y si ni
lo hago te irritas contra mí y me amenazas con grandes miserias?
¡Pero qué! ¿No es ya muchísima miseria simplemente el no
amarte?
Dime pues, Señor, por tu misericordia, quién eres tú para
mí. Dile a mi alma: «Yo soy tu salud».
Y dímelo en forma que te oiga; ábreme los oídos del corazón,
y dime: «Yo soy tu salud».
Y corra yo detrás de esa voz, hasta alcanzarte.
No escondas de mí tu rostro
En 1917, siendo Edith Stein asistente de Edmund Husserl,
llegó a Friburgo una noticia doloroso. Adolf Reinach, asistente también de
Husserl, había muerto en el campo de batalla de Flandes. El dolor que sintió Edith
Stein fue grande, pensó en la mujer de Reinach. Edith tenía miedo de
volver a ver a la viuda. Su ánimo estaba descompuesto: Reinach, que junto
con Husserl constituía el fulcro del círculo de Gotinga, ya no vivía. A través
de su bondad, había podido lanzar una mirada sobre aquel mundo que le parecía
sin salida. El recuerdo no le ayudaba. ¿Qué le hubiera podido decir a
su mujer, presa a buen seguro de la desesperación? Edith Stein no podía creer
en una vida eterna.
La actitud resignada de la señora Reinach la sorprendió como
un rayo de luz que provenía de aquel reino escondido. La viuda no se encontraba
abatida por el dolor. A pesar del luto, estaba llena de una esperanza que la
consolaba y le daba paz. Frente a esta experiencia, se hicieron añicos los
argumentos racionales de Edith Stein. No fue el conocimiento claro y distinto,
sino el contacto con la esencia de la verdad lo que transformó a Edith
Stein. La fe brilló para ella en el misterio de la cruz. Tuvo que recorrer
todavía un largo camino antes de que consiguiera extraer todas las
consecuencias de esta experiencia. A una pensadora como Edith Stein no le
resultaba fácil cortar todos los puentes y atreverse a dar el salto a la nueva
vida. Pero el impacto fue tan fuerte que, todavía poco antes de su muerte,
hablaba en estos términos de su experiencia al padre Hirschmann, jesuita: «Fue
mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que ella comunica a
quien la lleva. Vi por vez primera, tangible ante mí, a la Iglesia, nacida del
dolor del Redentor, en su victoria sobre el punzón de la muerte. Fue éste
el momento en el que se hizo añicos mi incredulidad y brilló la luz de
Cristo, Cristo en el misterio de la cruz»
(W. Herbstrith [ed.], Edith
Stein, La mística della croce. Scritti spirítuali sul senso della vita, Roma
1987,
p. 87).
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