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miércoles, 19 de junio de 2013

12 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

¿Quién soy yo para ti?


¿Y quién soy yo para ti, pues me mandas que te ame, y si ni lo hago te irritas contra mí y me amenazas con grandes miserias?
¡Pero qué! ¿No es ya muchísima miseria simplemente el no amarte?
Dime pues, Señor, por tu misericordia, quién eres tú para mí. Dile a mi alma: «Yo soy tu salud».
Y dímelo en forma que te oiga; ábreme los oídos del corazón, y dime: «Yo soy tu salud».
Y corra yo detrás de esa voz, hasta alcanzarte.
No escondas de mí tu rostro
                                                                  (Agustín de Hipona, Confesiones, I, 5)


En 1917, siendo Edith Stein asistente de Edmund Husserl, llegó a Friburgo una noticia doloroso. Adolf Reinach, asistente también de Husserl, había muerto en el campo de batalla de Flandes. El dolor que sintió Edith Stein fue grande, pensó en la mujer de Reinach. Edith tenía miedo de volver a ver a la viuda. Su ánimo estaba descompuesto: Reinach, que junto con Husserl constituía el fulcro del círculo de Gotinga, ya no vivía. A través de su bondad, había podido lanzar una mirada sobre aquel mundo que le parecía sin salida. El recuerdo no le ayudaba. ¿Qué le hubiera podido decir a su mujer, presa a buen seguro de la desesperación? Edith Stein no podía creer en una vida eterna.
La actitud resignada de la señora Reinach la sorprendió como un rayo de luz que provenía de aquel reino escondido. La viuda no se encontraba abatida por el dolor. A pesar del luto, estaba llena de una esperanza que la consolaba y le daba paz. Frente a esta experiencia, se hicieron añicos los argumentos racionales de Edith Stein. No fue el conocimiento claro y distinto, sino el contacto con la esencia de la verdad lo que transformó a Edith Stein. La fe brilló para ella en el misterio de la cruz. Tuvo que recorrer todavía un largo camino antes de que consiguiera extraer todas las consecuencias de esta experiencia. A una pensadora como Edith Stein no le resultaba fácil cortar todos los puentes y atreverse a dar el salto a la nueva vida. Pero el impacto fue tan fuerte que, todavía poco antes de su muerte, hablaba en estos términos de su experiencia al padre Hirschmann, jesuita: «Fue mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que ella comunica a quien la lleva. Vi por vez primera, tangible ante mí, a la Iglesia, nacida del dolor del Redentor, en su victoria sobre el punzón de la muerte. Fue éste el momento en el que se hizo añicos mi incredulidad y brilló la luz de Cristo, Cristo en el misterio de la cruz»
 (W. Herbstrith [ed.], Edith Stein, La mística della croce. Scritti spirítuali sul senso della vita, Roma 1987,
 p. 87).


Lecturas del día:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130623&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0

Vídeo de la semana:
http://www.youtube.com/watch?v=37mJFubYvXg


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