“Estamos ante una profunda crisis de fe, ante una pérdida de
sentido religioso, que constituye el mayor desafío para la Iglesia de hoy”. El
diagnóstico de Benedicto XVI nos obliga a responder a una pregunta que no es
nueva: ¿sigue siendo la fe la posibilidad más radical y humana para el
hombre, justo en un momento en el que este parece alcanzar sus deseos por
caminos más mundanos y secularizados?
Más allá de la respuesta, lo que aquí nos interesa es la
pregunta misma por esa posibilidad de la fe, lo cual nos permitirá descubrir la
situación nueva que vivimos: la increencia como mentalidad dominante y una
sociedad donde lo que se cuestiona, precisamente, es la fe en Dios.
Indiferencia existencial
Como ya hemos dicho más arriba, la crisis de fe es
cultural, es decir, del humus en el que el ser humano se encuentra. No es tanto
una actitud determinada contra ella, sino una atmósfera que ha terminado
siendo una mentalidad. Esto hace que no pueda ser analizada en una dimensión
exclusiva o unidireccional, y ni mucho menos puede ser achacada a la vida y
pastoral de la Iglesia nacida del Concilio.
En este sentido, no es una crisis que afecte tanto al
contenido de la fe, sino más bien a la gramática de la fe, es decir, al
presupuesto de la fe y al lenguaje en el que se formula. No hay un
problema de herejías doctrinales, sino de indiferencia existencial en
torno a la fe y a su forma explícita de confesión eclesial. La cultura y el
andamiaje social sobre el que se asentaba la fe cristiana, como un conjunto
unitario o base común, se ha roto.
Es verdad que, desde el punto de vista del contenido de la
fe, asistimos a un momento de ignorancia, confusión y ambigüedad. Pero
este es, en realidad, un problema menor. Hay algunos aspectos que podemos
señalar con preocupación: la comprensión de un Dios a-personal como energía del
universo o aliento vital; una afirmación de la fe en la creación difícil de
conjuntar con los datos que nos ofrecen las ciencias empíricas; la imposible
afirmación de hecho de que el hombre es imagen de Dios en una comprensión
eminentemente monista de su estructura fundamental; una confesión de la fe en
Cristo más como Jesús de Nazaret que como verdadero Hijo de Dios encarnado; la
siempre difícil comprensión de la mediación eclesial; la dificultad para
afirmar una auténtica fe en la resurrección y la vida eterna.
No obstante, la crisis es más profunda. En la sociedad
actual, tenemos la impresión de que el cristianismo ha dejado de ser el tejido
fundamental de la sociedad, la comprensión decisiva del hombre y del mundo.
Siempre hemos necesitado la conversión, el encuentro con el Señor, la
purificación de las estructuras eclesiales, el arrojo misionero, pero estamos
en un momento nuevo de la historia, en una auténtica encrucijada, donde el
cristianismo ha dejado de ser la referencia fundamental para el desarrollo
de la vida humana.
Hace años ya, denominamos esta situación como de
post-cristianismo. Hemos conocido el desafío de una sociedad pre-cristiana que
había que evangelizar desde el testimonio de la vida, especialmente, como
belleza fundamental del existir humano, con la capacidad para unir fe, razón y
vida (Iglesia antigua). Hemos vivido la evangelización cotidiana, al ritmo del
humano vivir, tejiendo el discurrir de las horas y llenando los espacios con
arquitectura y presencia social en una sociedad configurada por el propio
cristianismo (Iglesia medieval). Desde aquí nos hemos lanzado a la
evangelización de nuevos mundos llevando Evangelio y cultura, a veces con
abusos y colonizaciones en nombre de la fe, pero con un resultado en su
conjunto muy positivo (Iglesia moderna).
Ahora es un momento nuevo. Pues la cultura y la sociedad,
sin ser pre-cristianas, ya no son decisivamente cristianas, sino post-cristianas
y, en algunos casos, anti-cristianas. En ella, algunos quieren des-vincularse
definitivamente de esta herencia, volviendo a un hedonismo y cinismo radical;
otros permanecen en lo cristiano como valor occidental que hay que mantener
frente a la agresividad del mundo islámico, lo que nos llevaría a un retorno a
lo peor de la época medieval (cristianos culturales).
Otros siguen siendo tradicionalmente cristianos, pero de
hecho viven en medio de la sociedad como si no lo fueran, dejan esta
realidad exclusivamente para el ámbito de lo privado y familiar, sin capacidad
ni brío para que esta forma de vida impregne de verdad la vida cotidiana en el
ámbito donde se juegan las decisiones fundamentales…
De Vida Nueva
P.D.: el que esté interesado en el artículo completo, puede ponerse en contacto conmigo a través del correo del blog
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