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martes, 4 de junio de 2013

10 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo"  (Lc 1,68)



«Acercándose, tocó el féretro». Jesús no realiza el milagro sólo con la palabra. Toca también el féretro. ¿Por qué lo hace? Para enseñarnos que su cuerpo desempeña un papel en nuestra redención. Este cuerpo, cuerpo de vida, carne del Verbo omnipotente, ha llevado el poder del Verbo. El hierro puesto al fuego adquiere sus propiedades y produce sus efectos. Del mismo modo, esta carne, después de que fuera asumida por el Verbo que da la vida a todos los seres, se convirtió también ella en portadora de vida, capaz de destruir la corrupción y la muerte. Nosotros creemos que el cuerpo de Cristo, por el hecho mismo de que es el templo y la morada del Verbo de la vida, también es vivificante y posee todo el poder del Verbo. Por eso Cristo no se limitó a darle al muchacho la orden de levantarse. Otras veces, es cierto, obró lo que quería simplemente con su palabra, pero en esta ocasión puso también la mano en el féretro, haciendo ver de este modo que su cuerpo posee el poder de restituir la vida (Cirilo de Alejandría, Comentario al evangelio de Lucas).


Yo quisiera darle algo al Señor,
pero no sé qué.
Ni siquiera creo en mis lágrimas,
estas alegrías son pobres todas ellas:
pondré un clavel rojo en el balcón
cantaré una canción
sólo para él.
Iré al bosque esta noche
y abrazaré a los árboles
y me pondré a escuchar al ruiseñor,
a ese ruiseñor que canta siempre solo
desde medianoche al alba.
Después iré al lavarme al río,
y al alba pasaré bajo las puertas
de todos mis hermanos
y diré a cada casa: «¡Paz!».
Y después regaré la tierra
de agua bendita
a los cuatro puntos del universo,
después no dejaré apagarse nunca
la lámpara del altar
y me vestiré de blanco cada domingo.
Yo quisiera darle algo al Señor,
pero no sé qué.
Pero no lloraré más.
No volveré a llorar inútilmente,
sólo diré: «¿Habéis visto al Señor?»,
pero lo diré en silencio
y sólo con una sonrisa
después no diré nada más

                      (D. M. Turoldo, «Per il mattino di Pasqua», en id., O sensi miei, Milán 1996, p. 366)

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