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jueves, 13 de junio de 2013

11 DOMINGO DEL TIEMPO ORADINARIO

"Tu fe te ha salvado; vete en paz"  (Lc 7,50)



Señor Jesús, aquí estoy, en silencio a tus pies, como la pecadora. Mis lágrimas son como un bautismo de regeneración, y mi silencio, como la más elocuente de las con lesiones. He navegado lejos de ti por haber abandonado el timón a mi yo. Y al alejarme de ti me he perdido también a mí: lo confirma la tristeza y el vacío que tengo en el corazón. Sin embargo, tu Palabra me ha alcanzado (« Yo soy tu salvación»: Sal 35,3), y lo he creído.
Por eso vuelvo y me detengo a tus pies: de ahora en adelante camina tú en mí: «Sé que no puedo precisamente nada, literalmente; tú lo puedes todo, y de una manera incondicionada». Y ahora me ayudas a comprender, a vivir ese «amor grande que es la confesión de mi pecado, una confesión sincera hasta el fondo, profunda, completamente verdadera, absolutamente inexorable.
Sí, una confesión como ésta supone amar mucho, porque no hay nada a lo que pueda aferrarme de un modo tan desesperado como mi pecado (S. Kierkegaard). Sólo la palabra de tu perdón puede volver a darme la vida, fuerza de vida nueva.


Quien reconoce sus pecados y se acusa de ellos ya está con Dios. Dios reprueba tus pecados: si haces tú también lo mismo, te unes a Dios. El hombre y el pecador son como dos cosas distintas: el hombre es obra de Dios, el pecador es obra del hombre. Destruye lo que tú has hecho, a fin de que Dios salve lo que ha hecho él.
Debes odiar en ti tu obra y amar en ti la obra de Dios. Y cuando empieces a sentir disgusto en lo que has hecho, entonces empezarán tus obras buenas, porque repruebas tus obras malas. Entonces, obrarás la verdad y vendrás a la luz [...]. No te halagues, no te lisonjees a ti mismo, no te adules; no digas: «Soy justo», mientras no lo seas; así empezarás a obrar la verdad. Acércate después a la luz, a fin de que sea manifiesto que tus obras están hechas según Dios; en efecto, no podrías sentir dolor de tu pecado si Dios no te iluminara y no te lo mostrara su verdad [...].
Corred, hermanos míos, a fin de que no os sorprendan las tinieblas; velad por vuestra salvación, vigilad mientras estáis a tiempo; no os demoréis en correr al templo de Dios, no tardéis en realizar la obra del Señor, no os dejéis distraer de la oración continua, no os dejéis despojar de la devoción usual. Velad, mientras es de día; el día reluce y Cristo es el día. Él está dispuesto a perdonar, pero a los que reconocen sus pecados; y está dispuesto a castigar a los que defienden sus culpas, a los que pretenden ser justos, a los que se creen algo y no son nada.
 (Agustín de Hipona, Tratado sobre el evangelio de Juan XII, 13ss).


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