A lo largo de los siglos, los teólogos se han esforzado por
investigar el misterio de Dios ahondando conceptualmente en su naturaleza y
exponiendo sus conclusiones con diferentes lenguajes. Pero, con frecuencia,
nuestras palabras esconden su misterio más que revelarlo. Jesús no habla mucho
de Dios. Nos ofrece sencillamente su experiencia.
A Dios Jesús lo llama “Padre” y lo experimenta
como un misterio de bondad. Lo vive como una Presencia buena que bendice la
vida y atrae a sus hijos e hijas a luchar contra lo que hace daño al ser
humano. Para él, ese misterio último de la realidad que los creyentes llamamos
“Dios” es una Presencia cercana y amistosa que está abriéndose camino en el
mundo para construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más humana.
Jesús no separa nunca a ese Padre de su proyecto de
transformar el mundo. No puede pensar en él como alguien encerrado en su
misterio insondable, de espaldas al sufrimiento de sus hijos e hijas. Por eso,
pide a sus seguidores abrirse al misterio de ese Dios, creer en la Buena Noticia de su
proyecto, unirnos a él para trabajar por un mundo más justo y dichoso para
todos, y buscar siempre que su justicia, su verdad y su paz reinen cada vez más
en entre nosotros.
Por otra parte, Jesús se experimenta a sí mismo como “Hijo” de
ese Dios, nacido para impulsar en la tierra el proyecto humanizador del Padre y
para llevarlo a su plenitud definitiva por encima incluso de la muerte. Por
eso, busca en todo momento lo que quiere el Padre. Su fidelidad a él lo conduce
a buscar siempre el bien de sus hijos e hijas. Su pasión por Dios se traduce en
compasión por todos los que sufren.
Por eso, la existencia entera de Jesús, el Hijo de Dios,
consiste en curar la vida y aliviar el sufrimiento, defender a las víctimas y
reclamar para ellas justicia, sembrar gestos de bondad, y ofrecer a todos la
misericordia y el perdón gratuito de Dios: la salvación que viene del Padre.
Por último, Jesús actúa siempre impulsado por el “Espíritu” de
Dios. Es el amor del Padre el que lo envía a anunciar a los pobres la Buena Noticia de su
proyecto salvador. Es el aliento de Dios el que lo mueve a curar la vida. Es su
fuerza salvadora la que se manifiesta en toda su trayectoria profética.
Este Espíritu no se apagará en el mundo cuando Jesús se
ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza del Espíritu los
hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del proyecto salvador del
Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el misterio de la Trinidad.
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