Había tres jueves en el año que “relumbraban más que el
sol”. Ahora esos jueves se han convertido en domingos por la supresión de
fiestas religiosas. El próximo y relumbrante jueves-domingo, el de los líos en
Toledo o Vitigudino, es el Corpus Christi. Que además está señalado en el
Calendario por la Conferencia Episcopal
Española como “día nacional de la caridad”.
Lo que
quiere decir que el jueves-domingo del Corpus ya no es sólo la fiesta de la Eucaristía , la de las
alfombras florales, las procesiones con bandas militares, los balcones
engalanados y las magníficas custodias renacentistas o barrocas. Si la piedad
es sincera y la fe en el misterio eucarístico es profunda, bienvenidas sean
tales procesiones, como manifestación pública de una fe que, por mucho que
algunos se empeñen, no pertenece sólo al ámbito privado. Por cierto, ¿existe
algo en el arte, el pensamiento, la cultura en general, que sea estricta y
solamente privado? Cualquier realización del espíritu humano, ¿no tiende por su
propia naturaleza a compartirse y hacerse pública? ¿No pretenden algunos
adalides del progresismo reflejar en las leyes sus personalísimas opiniones
sobre el aborto, el matrimonio, la religión, etc.?
Pero además
del culto público y urbano a la
Eucaristía , el jueves-domingo del Corpus nos recuerda que el
Cuerpo actual de Cristo son todos los miembros dolientes de eso que llamamos la Iglesia y que, demasiado
frecuentemente, se confunde con la Jerarquía Eclesiástica.
Más aún, no sólo los bautizados sufrientes son miembros del Cuerpo de Cristo
sino todos los hombres y mujeres que padecen la pobreza, la enfermedad, la
exclusión y que necesitan la solidaridad de quienes disfrutamos, quizá con
abundancia excesiva, de recursos para dignificar la vida.
Solidaridad
viene del latín “solidum”. Llamamos sólido a lo que forma un bloque, un cuerpo
bien trabado. Que no es evanescente, que no se evapora como los gases, ni se
pierde al derramarse y desparramarse como los líquidos. Solidaridad, cuando
hablamos de la humana, tiene sus componentes sicológicos y morales, pero
arranca de un principio aglutinador más firme: el Espíritu de Cristo que lleva
a todos a la unidad. Solidaridad es mucho más que la limosna. Ésta, cuando nace
del sentimiento de superioridad, como la falsa compasión, no sirve al pobre; al
contrario, lo humilla y lo arrincona en su desnudez. Escribía S. Vicente de
Paúl a Sta. Luisa de Marillac: “los pobres sólo te perdonarán la limosna que
les das por el amor que les tienes”.
Por eso, la Fiesta del Corpus Christi
conlleva el sentimiento de nivelación para restablecer la equidad y la justicia
resquebrajadas. La misericordia nos impide, a la vista de un problema o
sufrimiento, “mirar a otro lado”. “Amar al otro como a sí mismo” no es otra
cosa que amar, con amor cordial y eficaz, al pobre que ha sido amado por Cristo
hasta dar la vida por él. Es la solicitud espontánea e inmediata de un miembro
por otro dentro del mismo cuerpo. El Cuerpo de Cristo es el “otro”. El Cuerpo
Eucarístico, sacramento del pan, no debe
nunca separarse del sacramento del hermano (Olivier Clement). Esa separación es
el peor cisma de la historia de la
Iglesia.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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