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miércoles, 22 de mayo de 2013

DE RODILLAS Y EN SILENCIO


          El título suena a castigo de Colegio. Pero es todo lo contrario. Es para disfrutar del misterio. Ante la fiesta de la Santa Trinidad, no tanto de Dios sino “acerca de Dios”, como aproximación y de rodillas, me atrevo a balbucear tres pequeños apuntes. Están escritos hace algunos años. Pero quiero recrearlos hoy dentro de mí y publicarlos, invitando al asombro que sólo el Dios indecible y adorado suscita en quien se pone a escucharlo. Y sólo así puede afrontarse con vigor y valor este mundo de corrupción, injusticia y falsedad que nos circunda y amenaza.

         Siento a Dios en la mañanita, apenas amanecido, “en los levantes de la aurora”, cuando el sol se adivina pero todavía no se ve, y, sin embargo, con una luminosidad diáfana, la brisa suave, y todo el campo serenado sin otros sonidos que el trinar de las avecillas o allá abajo, en la hondonada, el discurrir de las aguas. No es sólo que Dios esté ahí. Percibo más bien, en la quietud y en la vida pujante de la naturaleza tras las interminables lluvias, que todo, todo, absolutamente todo está en Dios. Y también el caminante solitario que soy yo estoy en él, y desde él respiro, tengo consistencia, soy.
En Él soy lo que soy. Pequeño átomo invitado a asociarme en libertad a la paz de un universo que sigue adelante a pesar de todo. Dios es la libertad de los vivientes. Lejos de ser el gendarme o el juez de nuestros miedos... Dios es el que deja ser al ser y permite a cada ser, ser lo que es. Ese Dios se me hace a la vez inmensamente inmenso y tan sencillo o pequeño como la abeja que liba en la insignificante flor del tomillo o la retama.

            Y nunca solitario. Lo llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es decir, Creador, Palabra y Amor. Círculo perfecto en Sí mismo y apertura infinita, puesto que en Él nace, crece, se mueve, existe, se abre a lo demás... y ama todo lo que es.

            A Dios sólo nos podemos acercar en el sosiego del silencio, en el vacío del corazón, en la acogida gratuita de quien adora sin esperar nada, nada, nada, y en la mano tendida al Dios que se ha hecho vulnerable en la creación, en el Hijo encarnado, en todo ser humano con el que ese Hijo se identifica. Por eso estamos, estoy, tan lejos,  lejos del Dios innombrable, infinito y desnudo. Sólo a Él, el poder, el honor y la gloria. Amén.

            Y tras la adoración, de rodillas y en silencio, la mirada avergonzada a nuestro mundo. En el que seguimos proclamando ampulosamente que “todos somos iguales” (VERDAD DESDE DIOS, SARCASMO Y MENTIRA DESDE NOSOTROS), pero en el que pobres diablillos se pudren en las cárceles mientras los ladrones de guante blanco reúnen en pocas horas millones de euros para seguir disfrutando de los “resultados” de sus fechorías.

            Mirada que, no puede ser de otra manera para el creyente, lleva a la indignación y también a la acción. Acción pacífica, comprensiva, respetuosa con todos –como la del Dios de Jesús- pero que no está dispuesta a dejar las cosas igual. ¿Cómo acertar en la acción? Sólo escuchando al Dios del Sinaí que baja a liberar a su Pueblo, siguiendo a Jesús hasta la Cruz, es decir, sufriendo y no haciendo sufrir, y llenándose del Espíritu que nos explica el camino de Jesús y nos conduce por él.

                                                                    JOSÉ MARÍA YAGÜE

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