"¡Dichosa tú, que has creído!" (Lc 1,45)
Llevando al Señor en su seno, María subió con premura y le habló a Isabel. Dentro del seno de su madre, el pequeño oyó el virginal saludo y, saltando de júbilo, entonó su Ave a la Madre de Dios.
(De la liturgia bizantina)
Lecturas del día:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130531&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0
Llevando al Señor en su seno, María subió con premura y le habló a Isabel. Dentro del seno de su madre, el pequeño oyó el virginal saludo y, saltando de júbilo, entonó su Ave a la Madre de Dios.
(De la liturgia bizantina)
La hija de Sión de la que habla Sofonías y que experimenta
la revocación de la condena es figura de María. Esta ha sido agraciada por
Dios, ha sido alcanzada en su pobreza de criatura. Así como Dios interviene con
su omnipotencia en favor del pueblo de Israel a partir de la pobreza, así
ocurre también con nosotros: Dios despliega su omnipotencia a partir de nuestra
pobreza.
María no ve aún la realidad de Jesús presente en ella, pero lo cree ya, igual que el profeta Sofonías no veía aún la realidad de la revocación de la condena, pero la creía ya presente, dentro de la historia de Israel. Son miradas de fe, y también nosotros necesitamos esta mirada, una capacidad visual que penetre en lo hondo de los acontecimientos que vivimos. Un ojo que sepa reconocer que la fe, la alegría que viene del Espíritu y el servicio —los elementos que emergen de las lecturas— son como la punta de un iceberg. Indican que debajo hay algo grande, enorme: «Aquel a quien los cielos no pueden contener».
Es la presencia de Dios lo que motiva y alimenta la fe, la alegría y el servicio. Sin embargo, si dejamos que las tibias aguas de la indiferencia, de la prisa, de los afanes, de nuestra propia realización, se suelten y quiten espacio en nosotros a la presencia de Dios, entonces todo se pone al revés: la fe se convierte en ideología o huida de la realidad; la exultación en el espíritu, en euforia o alegría pasajera y superficial; el servicio, en búsqueda de nosotros mismos o autoafirmación.
Como María, verdadero modelo de discipulado, abramos la mente, el corazón, la vida, a la acogida de la Palabra en nosotros. Entonces también nosotros podremos vislumbrar y cantar con admiración la acción de Dios, que actúa en la historia de la humanidad y en nuestra historia personal. Y podremos decir, en esa caridad mutua que es servicio, que el Reino de Dios, en Cristo, está ya en medio de nosotros.
María no ve aún la realidad de Jesús presente en ella, pero lo cree ya, igual que el profeta Sofonías no veía aún la realidad de la revocación de la condena, pero la creía ya presente, dentro de la historia de Israel. Son miradas de fe, y también nosotros necesitamos esta mirada, una capacidad visual que penetre en lo hondo de los acontecimientos que vivimos. Un ojo que sepa reconocer que la fe, la alegría que viene del Espíritu y el servicio —los elementos que emergen de las lecturas— son como la punta de un iceberg. Indican que debajo hay algo grande, enorme: «Aquel a quien los cielos no pueden contener».
Es la presencia de Dios lo que motiva y alimenta la fe, la alegría y el servicio. Sin embargo, si dejamos que las tibias aguas de la indiferencia, de la prisa, de los afanes, de nuestra propia realización, se suelten y quiten espacio en nosotros a la presencia de Dios, entonces todo se pone al revés: la fe se convierte en ideología o huida de la realidad; la exultación en el espíritu, en euforia o alegría pasajera y superficial; el servicio, en búsqueda de nosotros mismos o autoafirmación.
Como María, verdadero modelo de discipulado, abramos la mente, el corazón, la vida, a la acogida de la Palabra en nosotros. Entonces también nosotros podremos vislumbrar y cantar con admiración la acción de Dios, que actúa en la historia de la humanidad y en nuestra historia personal. Y podremos decir, en esa caridad mutua que es servicio, que el Reino de Dios, en Cristo, está ya en medio de nosotros.
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