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miércoles, 2 de enero de 2013

...Y VOLVIERON POR OTRO CAMINO


            El título responde al final del relato evangélico de los Magos. Encontraron a Cristo en el pesebre, lo adoraron y, avisados por el ángel, volvieron a sus asuntos por otro camino.

            Hemos celebrado la Navidad. La crisis económica ha rebajado las ganancias de los mercaderes. Algunos –muchos todavía- han seguido a lo suyo, como si nada estuviera ocurriendo, y otros muchos han debido reducir drásticamente su consumo porque no había para más. De vuelta a la rutina, en la cuesta de enero, ¿todo seguirá lo mismo? ¿o nos animaremos a volver por otro camino?

            Recordemos una vez más que los cristianos hemos sido convocados para celebrar el Año de la Fe. Esa fe que damos por supuesta, pero que ni mucho menos es el presupuesto de una vida común. Nos consideramos creyentes, pero vivimos como paganos o ateos prácticos.

            Nos aferramos a ritos, en muchos casos vacíos por celebrarse al margen de la vida, a creencias que no configuran nuestro comportamiento familiar y social, y nos atenemos a normas externas de conducta que sosiegan –o adormecen- nuestra conciencia pero sin sacarnos de nuestro egoísmo e insolidaridad. La creatividad que demanda la nueva situación económica, social, eclesial... brilla por su ausencia. En realidad, lo que ocurre es que el Espíritu de Jesús no es el que mueve los hilos de nuestras vidas. Se impone que tomemos en serio el Año de la Fe para volver a lo cotidiano por otro camino.

            ¿Será demasiado arriesgado dibujar ese nuevo itinerario? ¿Nos atreveremos a recorrerlo, una vez descubierto a la luz de la fe que emana del Pesebre? Ante todo, será bueno descubrir que no se trata de nada nuevo ni extraordinario. Que todo consiste en poner los ojos en Jesús, ese niño de Belén que entró a hurtadillas en la historia. Que siendo muy grande, como Dios, se hizo muy pequeño y muy vulnerable.

            Y que sentó sus reales entre los pobres de la tierra. Para hacerse solidario de todo sufrimiento humano, cargar con él, y aliviar a los abatidos por el peso de la vida: la enfermedad, la pobreza y todos los demonios, interiores y exteriores, que trabajan para complicarnos la existencia.

            Traducido esto en algo más cercano y comprensible, quiere decir que cada día podemos pensar un poco más en los otros, en el hermano sin trabajo, el amigo, el vecino, el emigrante, el mendigo que se sienta en el frío suelo, a la puerta de la iglesia o en cualquier calle de la ciudad, en el enfermo. Lo que implica que pensemos menos en nosotros mismos, en nuestro futuro. Y que hagamos menos cálculos económicos egoístas, para abrirnos a la práctica habitual del compartir.

            No sé si alguna vez Jesús de Nazaret pensó en arreglar todos los males del mundo y terminar con los abusos del Emperador de Roma o de los listos de su Pueblo. Me parece que no. Pero fue abriendo un camino de vida que podían recorrer los pobres y que –cuando se recorre- hace inviables todas las opresiones y abusos. También las de nuestros banqueros.

                                                                           Jose María Yagüe


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