¿Qué pasó en Nazaret? Me refiero a esa escena en la que, al
comienzo, todos los ojos se fijan en Jesús con admiración y aprobación,
mientras, al final, todos quieren despeñarlo. No deja de causar asombro este
cambio tan repentino.
Entre los
dos momentos, se nos cuentan dos sentimientos. El primero, la duda de los
paisanos de Jesús. No aceptan de buen grado que uno de ellos, el que había
trabajado y jugado con ellos hacía unos poquitos años, hasta ayer como quien
dice, ahora se ponga en medio de todos y se autoproclame como enviado de Dios y
Profeta. ¿Quién es éste? Dicho en nuestro lenguaje coloquial: ¿quién se ha
creído éste que es? ¿No es como nosotros?
Esta duda (la
eterna sospecha de si Dios está entre nosotros o no) ofende a Jesús. Él no se
retracta. Más bien provoca. Suenan duras sus tres frases:
Me diréis, “médico, cúrate a ti mismo”.
Haz entre nosotros lo que nos cuentan que has hecho en
Cafarnaún.
Ningún profeta es bien recibido en su tierra.
El
resultado es que Jesús tiene que salir de su pueblo por pies, si no quiere
terminar antes de tiempo su misión en la tierra. Desde ese momento (comienzo de
vida pública), el sino de Jesús es ser centro de la maledicencia, de la
malevolencia y de la conspiración de quienes no soportan su presencia. Como los
profetas. Añadamos
que quienes rechazan a Jesús no son “los malos”, sino su propia gente y las
personas religiosas. El suceso ocurre en la “Sinagoga”, es decir, el lugar en
el que se lee la Palabra
de Dios y se ora todos los sábados.
Haremos
bien los “piadosos” de hoy, los católicos “de toda la vida”, si nos aplicamos el cuento. ¿A quiénes reconocemos como
profetas? ¿Quién nos acerca más el designio de Dios y nos urge a cumplir su
voluntad? No dejan de
ser paradójicas las prisas por canonizar en nuestra Iglesia a ciertos
personajes “muy importantes” cuyas vidas, sin embargo, dejan sus dudas desde el
punto de vista del Evangelio, y, simultáneamente, haya tanta renuencia para
aceptar oficialmente la santidad de hombres y mujeres cercanos a los pobres y que denuncian la
injusticia y los abusos de los poderosos.
Lo que hace
pensar que, cuando alguien cuestiona el sistema en el que estamos inmersos, por
antievangélico que éste sea, automáticamente surgen las dudas y las sospechas
sobre él. Justamente lo que le pasó a Jesús de Nazaret. Por eso, en la lista de
santos de la Iglesia
ni son todos los que están ni están todos los que son. Y no me refiero,
naturalmente, a que estén en el cielo (lo que por la misericordia de Dios todos
esperamos alcanzar). De lo que dudo es que sean realmente ejemplos y modelos de
vida para los cristianos de hoy. Y dudo que sean profetas para nuestro tiempo.
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