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martes, 29 de enero de 2013

¿QUÉ PASÓ EN NAZARET? ó “EL DESTINO DE LOS PROFETAS”


           ¿Qué pasó en Nazaret? Me refiero a esa escena en la que, al comienzo, todos los ojos se fijan en Jesús con admiración y aprobación, mientras, al final, todos quieren despeñarlo. No deja de causar asombro este cambio tan repentino.

            Entre los dos momentos, se nos cuentan dos sentimientos. El primero, la duda de los paisanos de Jesús. No aceptan de buen grado que uno de ellos, el que había trabajado y jugado con ellos hacía unos poquitos años, hasta ayer como quien dice, ahora se ponga en medio de todos y se autoproclame como enviado de Dios y Profeta. ¿Quién es éste? Dicho en nuestro lenguaje coloquial: ¿quién se ha creído éste que es? ¿No es como nosotros?

            Esta duda (la eterna sospecha de si Dios está entre nosotros o no) ofende a Jesús. Él no se retracta. Más bien provoca. Suenan duras sus tres frases:

Me diréis, “médico, cúrate a ti mismo”.
Haz entre nosotros lo que nos cuentan que has hecho en Cafarnaún.
Ningún profeta es bien recibido en su tierra.

            El resultado es que Jesús tiene que salir de su pueblo por pies, si no quiere terminar antes de tiempo su misión en la tierra. Desde ese momento (comienzo de vida pública), el sino de Jesús es ser centro de la maledicencia, de la malevolencia y de la conspiración de quienes no soportan su presencia. Como los profetas. Añadamos que quienes rechazan a Jesús no son “los malos”, sino su propia gente y las personas religiosas. El suceso ocurre en la “Sinagoga”, es decir, el lugar en el que se lee la Palabra de Dios y se ora todos los sábados.

            Haremos bien los “piadosos” de hoy, los católicos “de toda la vida”, si nos aplicamos  el cuento. ¿A quiénes reconocemos como profetas? ¿Quién nos acerca más el designio de Dios y nos urge a cumplir su voluntad? No dejan de ser paradójicas las prisas por canonizar en nuestra Iglesia a ciertos personajes “muy importantes” cuyas vidas, sin embargo, dejan sus dudas desde el punto de vista del Evangelio, y, simultáneamente, haya tanta renuencia para aceptar oficialmente la santidad de hombres y mujeres  cercanos a los pobres y que denuncian la injusticia y los abusos de los poderosos.

            Lo que hace pensar que, cuando alguien cuestiona el sistema en el que estamos inmersos, por antievangélico que éste sea, automáticamente surgen las dudas y las sospechas sobre él. Justamente lo que le pasó a Jesús de Nazaret. Por eso, en la lista de santos de la Iglesia ni son todos los que están ni están todos los que son. Y no me refiero, naturalmente, a que estén en el cielo (lo que por la misericordia de Dios todos esperamos alcanzar). De lo que dudo es que sean realmente ejemplos y modelos de vida para los cristianos de hoy. Y dudo que sean profetas para nuestro tiempo.

                                                                                JOSÉ MARÍA YAGÜE


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