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sábado, 12 de enero de 2013

FRAGMENTACIÓN ECLESIAL A DEBATE


Miedo me da cuando en ciertos protocolos semánticos de la Iglesia se habla de comunión y se llena la boca con esta palabra tan bella, tan excelsa, tan llena de sentido, pero tan manoseada. Y me inquieta cuando se dice que en la Iglesia hay pluralidad cuando en el fondo lo que hay es fragmentación pura y dura; o mejor, división a la carta, cada vez más clamorosa. Es triste y duele cómo se acusa de “falta de comunión” a quien tan solo se atreve a pensar.
El noble ejercicio del pensamiento. “A la cárcel iré; a dormir será si quiero”, decía Sancho a Don Quijote. Pensar no daña, como tampoco daña escuchar, dialogar y proponer alternativas. Lo que hace daño es cuando se quiere imponer la idea personal que no se ha contrastado, venga de un sitio o de otro. Es soberbia. Y en esto de la comunión andamos ligeros, muy ligeros, dando carta de naturaleza y concediendo o retirando patentes de comunión a mansalva con criterios faltos de caridad muchas veces.
No erremos el concepto de comunión y pluralidad; de sana diversidad. ¿Es una Iglesia plural solo porque permita asistir a sus fieles a un templo u otro, o porque se celebre la Eucaristía usando cualquiera de las distintas plegarias eucarísticas? ¿Es pluralidad cuando lo que se deja a elegir es el movimiento apostólico que mejor se acomode a los gustos de cada cual? ¿Es pluralidad cuando un joven decide ingresar en una orden o congregación religiosa u otra? ¿Es pluralidad elegir entre ser del Opus Dei, del Camino Neocatecumenal, del movimiento focolar o de la Adoración Nocturna, los Tarsicios o la HOAC?
Simplemente, no. Ni mucho menos. Eso no es pluralidad; eso es el sano ejercicio de la elección del carisma más adecuado para tu seguimiento del Maestro.
De tanto cerrar el círculo ha nacido una latente división en la Iglesia que no deja que se piense, que se abran debates, que se dialogue, que se hagan propuestas, que simplemente se hable. Y eso es preocupante. Hay una fragmentación auspiciada en muchas ocasiones por quienes han de ser ministros y servidores de la comunión. Hay quienes se ufanan de tener una Iglesia en comunión, cuando lo que tienen es una Iglesia en blanco y negro, en la que la riqueza cromática es borrada por sistema.
La reforma de la Iglesia, como dice el Papa, no puede venir si antes no hay un ejercicio sano de renovación interior, de acogida, de escucha, de diálogo y de la posterior tarea que ayude a que la unidad reluzca en la diversidad. No es una diversidad relativista, sino una unidad en el amor.
La Iglesia ha caído en la trampa de la fragmentación y es difícil reconducirla hacia algo que es sumamente necesario, que en lo concreto esté lo universal. Y no hay nada más que echar un vistazo a las reacciones de grupos eclesiales en algunos países europeos o americanos; a la sana crítica que nace de gentes que aman profundamente a la Iglesia.

De  Vida Nueva

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