"Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego" (Lc 3,16)
La misión principal de la Iglesia en el mundo de ayer y de
hoy es la de anunciar “la buena noticia” de Jesús: es la evangelización (cf. Mc
16,15-18).
La situación especial y del todo imprevisible en que el
mundo y la Iglesia se encuentran, y en particular las nuevas exigencias que en
este tercer milenio nos urgen cada vez más, hacen que la misión evangelizadora
de la Iglesia exija un proyecto de pastoral original y orgánico para responder
a los desafíos del hombre moderno. En todo caso, sin embargo, el núcleo de la
evangelización sigue siendo el anuncio claro y completo de la persona y de la
vida de Jesús, de su doctrina y del Reino que él proclama con su misterio
pascual: Jesucristo crucificado, muerto y resucitado. El rostro de Jesús que todo
cristiano debe anunciar con la palabra y con la vida es el rostro humano del
Hijo de Dios y el rostro divino del hombre Jesús.
El encuentro personal con el Señor produce siempre signos de
gran renovación espiritual y humana, por lo cual uno se siente impulsado a
participar, compartiéndola, y a dar a los otros la experiencia de este
encuentro exaltante. El testimonio de vida, además, provoca casi siempre un
encuentro posterior, para que también otros encuentren personalmente a Jesús y
su Palabra.
El Señor continúa siendo el Viviente en la vivencia humana,
el único Salvador de todo hombre y el Señor de la historia que actúa con su
Espíritu de vida. Para todos encontrar a Cristo es acoger su amor gratuito,
adherirse a su proyecto, abrazar su destino y anunciar el Reino de Dios,
especialmente a los pobres y a los que no tienen esperanza en un futuro: para
construir así una sociedad justa y solidaria.
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