Una cosa es la fe cristiana y otra muy diferente la
percepción que se tiene de ella, empezando por muchos que se consideran
creyentes, incluso muy creyentes y se presentan como representantes de la
ortodoxia.
Si leemos
los profetas, junto a la denuncia de la corrupción humana y de la injusticia,
encontraremos los más encendidos elogios de la Ley de Dios, porque en su cumplimiento radica la
dicha y la paz del corazón. Jesucristo,
en su propio pueblo, ante sus paisanos, se recrea leyendo uno de esos textos
proféticos: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque él me ha ungido. Me ha
enviado para anunciar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los
cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los
oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
La sorpresa
para los paisanos salta cuando Jesús proclama con naturalidad: hoy se cumple
esta Escritura que acabáis de oír. Dicho más sencillamente: lo que Jesús ofrece
a quienes creen son buenas noticias para quienes se fían de él; libertad para
los oprimidos y vista a los ciegos. Nada de pesados fardos morales (que esos ya
van inscritos en la limitada condición humana); nada de venganzas por parte de
Dios por los comportamientos vergonzosos de los seres humanos; nada de castigos
o males como acciones punitivas del Dios ofendido por nuestros pecados.
¿Qué ha
podido pasar para que la percepción general del Evangelio sea la contraria?
¿Cómo ha sido posible que lo que inicialmente y siempre ha sido, es y será la
buena noticia, la llamada a la felicidad de Jesús se haya convertido llanamente
en una moral desabrida y en una carga insoportable de la que hay que liberarse?
Ya en el A.T. (lectura de Nehemías que se proclama el
próximo domingo en la primera lectura) los escribas y sacerdotes invitan a
hacer fiesta. ¡Cuánto nos gustaría que, más allá de las quejas y lamentos, de
los reproches y confrontaciones, obispos y sacerdotes, desde una experiencia
personal de salvación y gozo en el Señor, pusiéramos todo nuestro empeño en
pronunciar la palabra positiva de Jesús, que consiste en liberación de
ataduras, barreras y cadenas que se rompen, caminos nuevos que se roturan en la
estepa o el desierto!
El camino para la fiesta ya está trazado. Hay que habilitarlo:
se trata de compartir buenas tajadas (“enviad a los que no tienen”) y bebed
vinos deliciosos, porque “el gozo del Señor es vuestra fortaleza”. ¿Quién dijo
que lo placentero y festivo es malo? No hay lugar para la tristeza y el duelo
cuando la Palabra
del Señor se entroniza en los corazones. La ley de Cristo es descanso del alma, alegra el corazón e
instruye al ignorante. ¡Qué gozada cuando así sea predicada y así sea percibida!
Sería el mejor servicio que los obispos y personas religiosas podríamos hacer
en este año de la fe.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
No hay comentarios:
Publicar un comentario