En una aldea perdida de Galilea, llamada Nazaret, los
vecinos del pueblo se reúnen en la sinagoga una mañana de sábado para escuchar la Palabra de Dios. Después
de algunos años vividos buscando a Dios en el desierto, Jesús vuelve al pueblo
en el que había crecido.
La escena es de gran importancia para conocer a Jesús y
entender bien su misión. Según el relato de Lucas, en esta aldea casi
desconocida por todos, va a hacer Jesús su presentación como Profeta de Dios y
va a exponer su programa aplicándose a sí mismo un texto del profeta Isaías.
Después de leer el texto, Jesús lo comenta con una sola
frase: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Según Lucas, la
gente “tenía los ojos fijos en él”. La atención de todos pasa del texto
leído a la persona de Jesús. ¿Qué es lo que nosotros podemos descubrir hoy si
fijamos nuestros ojos en él?
Movido por el Espíritu de Dios. La vida entera de Jesús está
impulsada, conducida y orientada por el aliento, la fuerza y el amor de Dios.
Creer en la divinidad de Jesús no es confesar teóricamente una fórmula
dogmática elaborada por los concilios. Es ir descubriendo de manera concreta en
sus palabras y sus gestos, su ternura y su fuego, el Misterio último de la vida
que los creyentes llamamos “Dios”.
Profeta de Dios. Jesús no ha sido ungido con aceite de oliva
como se ungía a los reyes para transmitirles el poder de gobierno o a los sumos
sacerdotes para investirlos de poder sacro. Ha sido “ungido” por el Espíritu
de Dios. No viene a gobernar ni a regir. Es profeta de Dios dedicado a liberar
la vida. Solo le podremos seguir si aprendemos a vivir con su espíritu
profético.
Buena Noticia para los pobres. Su actuación es Buena Noticia
para la clase social más marginada y desvalida: los más necesitados de oír algo
bueno; los humillados y olvidados por todos. Nos empezamos parecer a Jesús
cuando nuestra vida, nuestra actuación y amor solidario puede ser captado por
los pobres como algo bueno.
Dedicado a liberar. Vive entregado a liberar al ser humano
de toda clase de esclavitudes. La gente lo siente como liberador de
sufrimientos, opresiones y abusos; los ciegos lo ven como luz que libera del
sinsentido y la desesperanza; los pecadores lo reciben como gracia y perdón. Seguimos
a Jesús cuando nos va liberando de todo lo que nos esclaviza, empequeñece o
deshumaniza. Entonces creemos en él como Salvador que nos encamina hacia la Vida definitiva.
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