Sí,
tiempos decisivos, los que anuncia Juan el Bautista. Así lo pone de relieve el
estilo solemne del evangelista Lucas. Y el recuerdo de los personajes de la
época. “En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio
Pilato procurador...”. No se aportan estos datos para anunciar minucias. Algo
decisivo ha de venir a continuación.
Eso mismo subrayan las paradojas:
gritos en el desierto, oráculos antiguos, obras faraónicas en medio de ruinas y
desamparo de la población, valles que se elevan y montañas que se derrumban, lo
escabroso y torcido que se nivela y endereza...
Hay que hablar así para percatarse
de que llega una salvación superior. La única, la auténtica, la que viene de la
mano de Dios. En nueva paradoja, quien grita es un
desarrapado, que viste andrajos y come frutos silvestres. Pero está convencido
y no es un loco. Inspira seguridad y confianza. Es que ha sido poseído por la Palabra de Dios.
Hombres así, incómodos de seguro,
luminosos pero no “iluminados”, están siendo necesarios en los tiempos líquidos
y desconcertantes que estamos viviendo. Ni nuestra economía, ni nuestra
convivencia, ni nuestro futuro tendrán salida si seguimos con la cultura del
parcheo, la improvisación y el engaño.
Habrá que adentrarse en el desierto
de la austeridad, el silencio, la reflexión, la autocrítica de todos y cada uno
y la solidaridad para alcanzar un mínimo de verdad y coherencia en los
comportamientos humanos de nuestro tiempo. Todo ello imprescindible para poner
algo de orden en el caos engendrado por la mentira, la demagogia y el
despilfarro de toda clase de recursos, económicos, humanos, sociales y
culturales.
No vivimos tiempos de navidades
minúsculas, de candilejas y panderetas, de villancicos inconsistentes. Es
tiempo de acoger a un Dios que tan en serio se ha tomado al hombre y sus
problemas que se ha hecho hombre. Por cierto, desvalido, pobre y rechazado. La
única forma, que encontró el mismísimo Dios, de poner en valor la humanidad del
hombre, de todo hombre.
Muy lejos por cierto de los estilos
ampulosos, tan retóricos como vacíos, de quienes se presentan ante nosotros con
palabras huecas, gestos destemplados y descalificación gratuita de quien piensa
de manera diferente.
¿No es tiempo ya de concentrarnos
todos, como la mula y el buey, el pastor y el mago, el nacional y el emigrante,
en torno al portal de Belén y aprender modas y modales, respeto y obediencia,
austeridad y trabajo, alegría y paz, de un Dios que se ha hecho niño y yace en
el pesebre?
Jose María Yagüe Cuadrado
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