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martes, 4 de diciembre de 2012

TIEMPOS DECISIVOS PARA TODOS


           Sí, tiempos decisivos, los que anuncia Juan el Bautista. Así lo pone de relieve el estilo solemne del evangelista Lucas. Y el recuerdo de los personajes de la época. “En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador...”. No se aportan estos datos para anunciar minucias. Algo decisivo ha de venir a continuación.

            Eso mismo subrayan las paradojas: gritos en el desierto, oráculos antiguos, obras faraónicas en medio de ruinas y desamparo de la población, valles que se elevan y montañas que se derrumban, lo escabroso y torcido que se nivela y endereza...

            Hay que hablar así para percatarse de que llega una salvación superior. La única, la auténtica, la que viene de la mano de Dios. En nueva paradoja, quien grita es un desarrapado, que viste andrajos y come frutos silvestres. Pero está convencido y no es un loco. Inspira seguridad y confianza. Es que ha sido poseído por la Palabra de Dios.

            Hombres así, incómodos de seguro, luminosos pero no “iluminados”, están siendo necesarios en los tiempos líquidos y desconcertantes que estamos viviendo. Ni nuestra economía, ni nuestra convivencia, ni nuestro futuro tendrán salida si seguimos con la cultura del parcheo, la improvisación y el engaño.

            Habrá que adentrarse en el desierto de la austeridad, el silencio, la reflexión, la autocrítica de todos y cada uno y la solidaridad para alcanzar un mínimo de verdad y coherencia en los comportamientos humanos de nuestro tiempo. Todo ello imprescindible para poner algo de orden en el caos engendrado por la mentira, la demagogia y el despilfarro de toda clase de recursos, económicos, humanos, sociales y culturales.

            No vivimos tiempos de navidades minúsculas, de candilejas y panderetas, de villancicos inconsistentes. Es tiempo de acoger a un Dios que tan en serio se ha tomado al hombre y sus problemas que se ha hecho hombre. Por cierto, desvalido, pobre y rechazado. La única forma, que encontró el mismísimo Dios, de poner en valor la humanidad del hombre, de todo hombre.

            Muy lejos por cierto de los estilos ampulosos, tan retóricos como vacíos, de quienes se presentan ante nosotros con palabras huecas, gestos destemplados y descalificación gratuita de quien piensa de manera diferente.

            ¿No es tiempo ya de concentrarnos todos, como la mula y el buey, el pastor y el mago, el nacional y el emigrante, en torno al portal de Belén y aprender modas y modales, respeto y obediencia, austeridad y trabajo, alegría y paz, de un Dios que se ha hecho niño y yace en el pesebre?

                                                                      Jose María Yagüe Cuadrado        

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