Como uno de nuestros grandes déficits es la
esperanza, hablemos de ella en este tiempo de Adviento. No hay Esperanza sin
Adviento, como no hay Adviento sin Esperanza. Porque la Esperanza sin Venida
real, objetiva, concreta, transformadora de la realidad, es ilusión vacía que
aboca al desencanto. Adviento sin esperanza es imposible: se traduce en consumo
para quien tiene y frustración para el que no puede comprar. Me copio a mí mismo
en un texto de hace años, pero vigente hoy:
Rosa
Montero escribía así de la esperanza: “Pequeña luz que se enciende en la
oscuridad del miedo y la derrota, haciéndonos creer que hay una salida. Semilla
que lanza al aire la sedienta planta en su último estertor, antes de sucumbir a
la sequía. Resplandor azulado que anuncia el nuevo día en la interminable noche
de tormenta. Deseo de vivir aunque la muerte exista”.
Hermosa,
poética aproximación a la
Esperanza. Hay algo en común en los cuatro chispazos: la
pequeñez. Cuando la realidad global es tan amenazante, cuando la noche es tan
densa y, efectivamente, parece interminable, cuando la muerte termina con todo,
la luz de la primera alborada, la semilla lanzada al aire, y el deseo de vivir
son mínimos destellos que logran que el mundo renazca.
Ante
las dos grandes virtudes teologales –fe y amor-, Ch. Peguy ve la hermana menor
–la Esperanza-
arrastrando a las mayores:
“Por el camino empinado, arenoso y estrecho,
arrastrada y colgada de los brazos de sus dos
hermanas mayores,
que la llevan de la mano, va la pequeña
esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la
sensación de dejarse arrastrar,
como un niño que no tuviera fuerza para
caminar.
Pero, en realidad, es ella la que hace andar a
las otras dos,
y la que las arrastra,
y la que hace andar al mundo entero
y la que le arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los
hijos
y las dos mayores no avanzan sino gracias a la
pequeña”.
Y sigue: “una llama temblorosa ha atravesado
el espesor de los mundos, una llama vacilante ha atravesado el espesor de los
tiempos, una llama imposible de dominar, imposible de apagar al soplo de la
muerte, la esperanza”.
Sobrecogidos por la pequeñez del pesebre en el
que Dios reposa – y también llora, vulnerable-; liberados de afanes de grandeza
y de poder; disponibles para el amor, es decir, para la acogida al diferente;
anhelantes de un mundo de iguales, en que pueda habitar Dios…, incluso en medio
de la noche, es posible la
Esperanza. Que sólo ella hará real la Navidad.
Sólo se nos pide sembrar la pequeña semilla:
perdón y reconciliación; amor a quien no lo merece; padecer en el silencio;
confianza ilimitada, a pesar de todo, en el ser humano. Nada fácil, pero esa es
la llama temblorosa, vacilante, imposible de dominar o de apagar, que alumbrará
la Navidad
real: el nacimiento de Jesús entre nosotros. “Sólo un cúmulo de deseos hará
estallar la Parusía
del Señor” (Theilard de Chardin).
Jose María Yagüe
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