"Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (Is 9,5)
Vídeo de Navidad:
http://www.youtube.com/watch?v=Em7ymnjj-vo
Lecturas:
http://www.aciprensa.com/calendario/calendario.php?dia=25&mes=12&ano=2012
Icono de la Natividad. Rublev, siglo XIV |
Si el arte nace del estupor frente a la sacralidad de la
vida, el icono quiere ser clave teológica y antropológica, respuesta a la
contradicción entre trascendencia y encarnación.
Los
iconos son oraciones contenidas en madera pintada que ligan lo terreno y lo
celestial, son ventanas abiertas al infinito. Su lenguaje, intencionalmente
restringido, mezcla teología y arte, integrando la razón en una unidad que la
trasciende. Por eso se constituyen en soportes privilegiados para la expresión
de un misterio que no tiene vocación de serlo, porque se empeña en la
autorrevelación: el misterio de un Dios hecho carne en una mujer concreta, en
un lugar y en un día determinados.
El
Nacimiento de Cristo está narrado en el Evangelio de S. Lucas (2,7) con extrema
brevedad. La piedad popular pedía más que esa lacónica información, y los
Evangelios apócrifos acudieron en su ayuda bordando pintorescos adornos; a
ellos se deben numerosas adiciones anecdóticas de profundo sentido didáctico
que decoraban los dogmas sin desvirtuarlos, aportando una visión enriquecida y
plena de poesía y de contenidos.
Todo
esto se patentiza en el icono de la Natividad atribuido, no sin discusión, a
Rublëv. En él se desarrolla un tipo iconográfico muy común en el arte
bizantino, pero reelaborado por la escuela rusa del siglo XV con soberbia
inspiración propia.
En
este icono, fruto del diálogo entre la Sagrada Escritura y la Tradición, ningún
elemento es superfluo, cada uno asume un significado concreto e intencionado
que contribuye a hacer visible la perfección de la historia de la salvación.
La
montaña, los ángeles, los pastores: La escena que el icono representa está
encuadrada por una montaña en forma piramidal que simboliza la montaña
mesiánica, que viene al mundo trascendiendo la altura de los ángeles
y de los hombres.
Si
la montaña es Cristo, las dos cimas hacen referencia a su doble naturaleza: la
divina y la humana. Pero la montaña también es imagen de la Virgen, cuyo útero
se erige en monte santo que Dios ha elegido para su estancia.
Sobre
este escenario se distribuyen dos grupos de tres ángeles, en simetría
compositiva con los Reyes Magos y como símbolo trinitario. Uno de ellos se
vuelve hacia unos pastores, a los que anuncia el nacimiento del Salvador,
ejerciendo de vínculo entre el espacio angelical y el terrenal.
Los
pastores representan al pueblo que "caminaba en las tinieblas y vió
una gran luz" (Is 9,1)
La
cueva, La Virgen, el Niño: Hacia el centro del icono se abre un hueco
oscuro que muestra las entrañas de la montaña. En el corazón del monte,
centrando la composición, se encuentra María recostada. Este dato es
significativo porque, frente al gusto occidental que prefiere representar a la
Virgen arrodillada y sin muestra de sufrimiento alguno, los orientales la
presentan fatigada, desvelando otra teología.
Es
curioso el efecto que consigue el autor porque, aunque la figura de María es la
de mayor tamaño, no se convierte en el centro de atención. La actitud en la que
ha sido representada, junto con el resto de la composición del icono, nos
muestra su carácter de partícipe, pero no protagonista, de la obra de Dios.
Entre
la Madre y la entrada de la cueva aparece el Niño, que más que envuelto en
pañales, parece estar amortajado. El vendaje entrelazado recuerda la imagen de
Lázaro resucitado y el pesebre parece más bien un sarcófago mortuorio.
Esta
figuración presenta la cueva como las fauces de un monstruo infernal que
intenta engullir a la criatura recién nacida. El bebé actúa de cebo arrojado en
brazos de la muerte para que, mientras el dragón esperaba devorarle, tuviera
que vomitar a aquellos que ya había devorado. La clave teológica es
estremecedora: la Madre que da a luz a su Hijo para que, con su muerte,
nosotros recibamos la Vida.
En
el interior de la cueva, como única compañía del Niño, se distinguen un buey y
un caballo (este último sustituye a la mula porque en la antigua Rusia no se
conocía esta raza). Ambos animales no aparecen en los evangelios canónicos,
pero sí en los apócrifos , y su presencia se justifica con el anuncio de
Isaías: "el buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo;
Israel, en cambio, no entiende". Además, en la exégesis simbólica, el
buey y el asno prefiguran a los dos ladrones con los que Jesús fue crucificado.
Por otra parte, S. Gregorio de Niza asegura: "el buey es el judío
encadenado por la Ley; el asno, que es una bestia de carga, lleva el pesado
fardo de la idolatría".
José: En
la escena inferior izquierda encontramos a José, y junto a él un hombre vestido
con pieles apoyado en un bastón.
José
encarna el drama humano del hombre ante el misterio, ante el cual permanece
perplejo; parece subrayar la incredulidad con que el hombre se enfrenta a su
Salvador, el escándalo que experimenta ante la Encarnación.
La
otra figura surge de la literatura apócrifa, que personifica la tentación en un
ser diabólico disfrazado de pastor que dialoga con el confuso José, sumiéndolo
en la duda: "como este bastón no puede producir brotes...
una virgen no puede alumbrar". La escucha del tentador parece
distraer a José de la respuesta a sus interrogantes, que está en la simple
contemplación de lo que sucede a su alrededor como manifiestación de la obra de
Dios.
El
baño del Niño: En la escena inferior derecha se representan dos mujeres
preparando el baño del Niño. Interpretaciones apócrifas identificaron a la
mujer que sostiene al Niño con Eva, nuestra primera madre. De este modo,
aquella que introdujo la muerte por escuchar el mensaje de la serpiente, se
convierte en la primera servidora del Niño concebido por escuchar el mensaje de
un ángel, y por tanto, en la primera muestra visible de la redención.
La
presencia de las comadronas parece insistir en el sufrimiento real de María en
el parto. De cualquier forma, este motivo iconográfico desapareció tras el
concilio de Trento, en beneficio de escenas más espirituales.
Pero
el gesto del baño es, sobre todo, prefiguración del bautismo; de ahí que la
bañera adquiera forma de pila bautismal.. Es como un entierro en el sepulcro
líquido que simboliza el descenso a los infiernos para surgir después renovados
a una nueva vida. En este caso, Jesús niño no necesita ser purificado, sino que
El mismo purifica el agua del baño en una evidente simbología sacramental.
La
estrella y los Magos: Sobre la cabeza del Niño, a cierta altura, se
distingue una estrella de la cual surge un haz de luz que desciende
dividiéndose en tres rayos resplandecientes que alcanzan al Niño: es la unidad
y la trinidad de Dios que se manifiesta como luz. Iluminado por ella, el recién
nacido se erige en centro teológico y también compositivo del cuadro.
La
estrella, faro que había guiado a los Reyes Magos en su peregrinación hacia el
Niño-Rey, constituye un elemento heredado del drama litúrgico de Navidad, donde
el pesebre se situaba en el altar mayor, iluminado por una estrella que se
deslizaba a lo largo de una cuerda.
Los
Magos representan a los hombres ajenos a la Antigua Alianza que el nuevo
reinado mesiánico debe incluir. La tradición iconográfica suele recurrir a
reflejar en los rostros de los Reyes las tres edades del hombre: joven, adulto
y anciano, encarnando así a la humanidad entera.
Para
concluir, parece que el autor de este icono quiso implicarnos a todos en el
espectáculo de una historia que es también la de cada uno de nosotros, porque
para el cristiano, la venida de Cristo al mundo es el acontecimiento que da
sentido a todo lo demás, a la propia vida.
Para contemplar el misterio de Navidad necesitamos, sobre
todo, simplicidad para asombrarnos ante su mensaje. Capacidad de asombro y
mirada de niño son los medios necesarios para gustar el anuncio lleno de
alegría de esta noche santa. Y esta alegría tiene una motivación clara: el
nacimiento de un niño, Salvador universal, que trae motivos de esperanza para
todos, que son paz, justicia y salvación. Y ¿qué signos cualifican a este niño?
La debilidad, la pobreza, la impotencia y la humildad, cosas que el mundo ha
rechazado siempre y que, por el contrario, ha hecho propias el Hijo de Dios.
Con la venida de Jesús las falsas seguridades de los hombres han zozobrado, porque Dios ha elegido no a los fuertes ni a los sabios, ni a los poderosos de este mundo, sino a los débiles, a los pequeños, a los necios, a los últimos: ha elegido «un niño acostado en un pesebre» (Lc 2,7.12.16; cf. 1 Cor 1,27; Mt 11,26), pobre, marginado y desestimado. Precisamente sobre esta pobreza se despliega el esplendor del mundo del Espíritu, mientras nosotros estamos complicados en dramas de conciencia, porque nos tienta seguir principios de fuerza, de poder, de violencia. El niño de Belén nos dice que el milagro de la paz de la Navidad es posible para aquellos que acogen sus dones.
A esta luz el acontecimiento de esta noche no es sólo una fecha para conmemorar, sino evento capaz, también hoy, de contagio y de transformación. Cuatro son las noches históricas de la humanidad, según una antigua tradición rabínica: la noche de la creación (Gn 1,3), la de Abraham (Gn 15,1-6), la del Éxodo (Ex 12,1-13) y la de Belén, es decir, esta noche, que es la más importante, porque el Hijo de Dios ha traído su paz, distinta de la pax augusta, y es el fundamento de la «civilización del amor». ¿Somos capaces de vivir el misterio?
Con la venida de Jesús las falsas seguridades de los hombres han zozobrado, porque Dios ha elegido no a los fuertes ni a los sabios, ni a los poderosos de este mundo, sino a los débiles, a los pequeños, a los necios, a los últimos: ha elegido «un niño acostado en un pesebre» (Lc 2,7.12.16; cf. 1 Cor 1,27; Mt 11,26), pobre, marginado y desestimado. Precisamente sobre esta pobreza se despliega el esplendor del mundo del Espíritu, mientras nosotros estamos complicados en dramas de conciencia, porque nos tienta seguir principios de fuerza, de poder, de violencia. El niño de Belén nos dice que el milagro de la paz de la Navidad es posible para aquellos que acogen sus dones.
A esta luz el acontecimiento de esta noche no es sólo una fecha para conmemorar, sino evento capaz, también hoy, de contagio y de transformación. Cuatro son las noches históricas de la humanidad, según una antigua tradición rabínica: la noche de la creación (Gn 1,3), la de Abraham (Gn 15,1-6), la del Éxodo (Ex 12,1-13) y la de Belén, es decir, esta noche, que es la más importante, porque el Hijo de Dios ha traído su paz, distinta de la pax augusta, y es el fundamento de la «civilización del amor». ¿Somos capaces de vivir el misterio?
Vídeo de Navidad:
http://www.youtube.com/watch?v=Em7ymnjj-vo
Lecturas:
http://www.aciprensa.com/calendario/calendario.php?dia=25&mes=12&ano=2012
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