Este es el clamor de un grupo de jóvenes que forman parte de
la llamada generación perdida: la mejor preparada de la historia de nuestro
país y, al mismo tiempo, la que está sufriendo una precarización laboral más
despiadada. Ellos firman la reflexión de fin de año del centro de estudios
Cristianisme i Justícia.
Hacen un análisis lúcido de la situación que estamos
viviendo, reconociendo los errores, denunciando la creciente desigualdad social
y declarando su compromiso de trabajar para transformar esta realidad. “No
queremos ser una generación perdida”, afirman, huyendo de la etiqueta que a
menudo se utiliza para referirse a los jóvenes de esta franja de edad.
Se definen como “hijos de la bonanza”, de una sociedad
mercantilizada donde la democracia se ha ido diluyendo en individualismo y
reconocen que “en algún momento de este proceso dejamos de pensar qué modelo de
sociedad queríamos porque no lo creímos necesario y el totalitarismo de la
indiferencia empezó a hacer presencia en nuestras vidas”. Pero ahora aseguran
que “nos han quitado la venda de los ojos” y ahora constatan el déficit
democrático, el desprestigio de las instituciones políticas, la polarización
ideológica que dificulta el diálogo, los riesgos del absolutismo de la técnica
y una creciente superficialidad que invade todos los ámbitos de la vida.
Una llamada a la
fraternidad y a trabajar por lo común
Frente a esto denuncian el desmantelamiento del Estado del
Bienestar, que está provocando un aumento de las desigualdades sociales y
advierten que la crisis “igual que ha producido una ola de solidaridad, está
alentando la aparición de un nuevo fascismo social” que puede ser una amenaza a
la convivencia y a la democracia.
Constatan como la mercantilización y la superficialidad “nos
ha empobrecido como sociedad y como personas, nos ha hecho perder conciencia de
nuestra influencia y responsabilidad en la sociedad”. En su reflexión, estos
jóvenes consideran que es necesario recuperar la presencia de la ética en la
economía y recuerdan que “existe un uso inofensivo y un uso prudente del
dinero, pero no un uso inocuo”. También reivindican la figura del pensador, del
humanista y reclaman “profundidad y rigor intelectual a todos los niveles de la
sociedad”.
A pesar del desconcierto que provoca encontrarse en un
cambio de época, enfrentándose a la “imposibilidad de lograr muchos de los
proyectos personales y comunitarios con que nos habían enseñado a soñar”, este
grupo de jóvenes se niega a formar parte de una generación perdida. “Sentimos
la necesidad de encontrar vías de implicación en la recuperación de ciertos valores
y una visión humanizadora del mundo”, dicen. Y ponen como ejemplo esperanzador,
las “iniciativas locales de carácter colectivo y transformador que son
anticipaciones de un futuro que está por venir”.
Su manifiesto quiere ser una llamada a la esperanza. En él
se comprometen e invitan a recuperar la fraternidad y a trabajar para lo común,
combatir el individualismo y la indiferencia, y cuidar la persona en su
integridad.
Este documento lo firman un grupo formado por 13
jóvenes entre 25 y 35 años. Hacen su reflexión desde su condición de jóvenes
cristianos, desde la convicción que “el cristianismo de hoy debería ser una
utopía entusiasmadora”.
De Eclesalia.net
Todo el documento en http://www.cristianismeijusticia.net/sites/default/files/es241.pdf
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