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miércoles, 26 de diciembre de 2012

DICHOSA PORQUE HAS CREÍDO


           Muchos recordarán aquella campaña publicitaria a favor del ateísmo en autobuses catalanes (no sé si pasó también a Madrid) que rezaba más o menos así: “Sé feliz. No tengas miedo. Dios no existe”. No sé qué idea o imagen de Dios rondaba por la cabeza de los diseñadores y promotores de aquella campaña. Pero ciertamente ningún parecido con el Dios real que se hace niño en Belén. Es justamente lo contrario. ¿Quién puede temer a un Dios, niño desvalido recostado en un pesebre?

            El Evangelio es oferta de dicha y felicidad. Quien no lo entiende así, no ha tenido la fortuna de entender en su más pura esencia el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Precisamente a su Madre se le dirige la primera bienaventuranza: “Dichosa tú que has creído”. La fe, es decir, la plena confianza en Dios y el actuar en consecuencia, es la más plena garantía de seguridad, paz y dicha, en medio de las dificultades y retos que la vida presenta a todos los humanos.

            Todos sabemos lo que pasa en un mundo empeñado en no creer, que trata de afirmarse en la autosuficiencia. No está logrando nuestra sociedad descreída un estado general de seguridad, paz y felicidad. Por el contrario, las divisiones son cada vez más profundas, empezando por las económicas. Los motivos de queja, protesta y crispación social se multiplican y arraigan en la población. La creencia y la propaganda de la inexistencia de Dios ni extirpan el miedo, ni logran que la gente sea más feliz. 

            Muy al contrario. Como en las bienaventuranzas de Lucas, en las que a la oferta de dicha sigue una serie de malaventuranzas, después del “Dichosa porque has creído”, hoy cabría decir “pero, ay de ti, sociedad española del s. XXI empeñada en no creer y expulsar a Dios de tu seno, porque te romperás en mil fragmentos”. Y en cada uno de esos fragmentos crecerán, como las malas yerbas, la insolidaridad, el miedo al futuro, las desigualdades sociales y, en definitiva, la carencia de libertad.

            Si esto hay que decirlo en todos los campos de la vida y la actividad humana (economía, política, hasta del deporte...), mucho más se constata en una institución tan decisiva para la paz, la convivencia y el desarrollo humano como es la familia. La familia estable, indisoluble, solidaria, superadora de mil pruebas, a imagen de la familia de Nazaret, puede proclamarse “dichosa”, aún en medio de sus dificultades. En cambio, esta familia “progre”, de la que se habla en los programas del “corazón”, ¿trae más dicha a los esposos y es mejor campo de cultivo EN VALORES para la prole?

            Porque una cosa es el respeto, la acogida y también el cariño a quienes no pudieron llevar adelante su proyecto matrimonial y familiar, ayudándoles a reorganizar su vida, y otra promover como modelo y paradigma de modernidad lo que fue y siempre será un fracaso y una fuente de sufrimiento para la pareja y su descendencia. Lo primero es positivo. Lo segundo es una lacra social.

                                                                     JOSÉ MARÍA YAGÜE    

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