Muchos recordarán aquella campaña publicitaria a favor del
ateísmo en autobuses catalanes (no sé si pasó también a Madrid) que rezaba más
o menos así: “Sé feliz. No tengas miedo. Dios no existe”. No sé qué
idea o imagen de Dios rondaba por la cabeza de los diseñadores y promotores de aquella campaña.
Pero ciertamente ningún parecido con el Dios real que se hace niño en Belén. Es
justamente lo contrario. ¿Quién puede temer a un Dios, niño desvalido recostado
en un pesebre?
El Evangelio
es oferta de dicha y felicidad. Quien no lo entiende así, no ha tenido la
fortuna de entender en su más pura esencia el Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo. Precisamente a su Madre se le dirige la primera bienaventuranza:
“Dichosa tú que has creído”. La fe, es decir, la plena confianza en Dios y el
actuar en consecuencia, es la más plena garantía de seguridad, paz y dicha, en
medio de las dificultades y retos que la vida presenta a todos los humanos.
Todos
sabemos lo que pasa en un mundo empeñado en no creer, que trata de afirmarse en
la autosuficiencia. No está logrando nuestra sociedad descreída un estado
general de seguridad, paz y felicidad. Por el contrario, las divisiones son
cada vez más profundas, empezando por las económicas. Los motivos de queja,
protesta y crispación social se multiplican y arraigan en la población. La creencia
y la propaganda de la inexistencia de Dios ni extirpan el miedo, ni logran que
la gente sea más feliz.
Muy al
contrario. Como en las bienaventuranzas de Lucas, en las que a la oferta de
dicha sigue una serie de malaventuranzas, después del “Dichosa porque has
creído”, hoy cabría decir “pero, ay de ti, sociedad española del s. XXI
empeñada en no creer y expulsar a Dios de tu seno, porque te romperás en mil fragmentos”.
Y en cada uno de esos fragmentos crecerán, como las malas yerbas, la
insolidaridad, el miedo al futuro, las desigualdades sociales y, en definitiva,
la carencia de libertad.
Si esto hay
que decirlo en todos los campos de la vida y la actividad humana (economía,
política, hasta del deporte...), mucho más se constata en una institución tan
decisiva para la paz, la convivencia y el desarrollo humano como es la familia.
La familia estable, indisoluble, solidaria, superadora de mil pruebas, a imagen
de la familia de Nazaret, puede proclamarse “dichosa”, aún en medio de sus
dificultades. En cambio, esta familia “progre”, de la que se habla en los
programas del “corazón”, ¿trae más dicha a los esposos y es mejor campo de
cultivo EN VALORES para la prole?
Porque una
cosa es el respeto, la acogida y también el cariño a quienes no pudieron llevar
adelante su proyecto matrimonial y familiar, ayudándoles a reorganizar su vida,
y otra promover como modelo y paradigma de modernidad lo que fue y siempre será
un fracaso y una fuente de sufrimiento para la pareja y su descendencia. Lo
primero es positivo. Lo segundo es una lacra social.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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