"Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo" (De la secuencia de la liturgia del día)
Icono de Theófanes de Creta. 1546. Monte Athos. Grecia. |
Los apóstoles están todos sentados y forman un arco que se
abre hacia nosotros. Sobre ellos viene el Espíritu Santo bajo forma de lenguas
de fuego, pintadas en el icono como rayos que bajan del cielo sobre los
apóstoles.
Un gran conocimiento ha iluminado la mente de cada uno de ellos. Esta sabiduría está representada por una aureola -el nimbo- alrededor de sus cabezas. El Espíritu Santo los ha iluminado.
El icono está pintado con tal arte que, a pesar de que los apóstoles son diferentes, los vemos como si todos fueran uno solo. Desde ahora y para siempre los discípulos de Cristo están ligados el uno al otro, unidos por el Espíritu Santo. Esta comunión, esta unidad, es la Iglesia.
Cada apóstol sostiene un rollo, símbolo de la enseñanza. También a nosotros se nos propone la enseñanza: el viejo de la corona, que es símbolo del mundo, el "Cosmos", se encuentra con nosotros; tiene en las manos un paño con los rollos. Entrad y recibid la enseñanza.
Entrad en la Nueva Alianza. La Iglesia siempre está abierta -figura del Cosmos- y está representada como si se encontrara sobre las puertas. Este icono de Pentecostés es imagen de la Iglesia eternamente viva, siempre abierta al que entra. A ella, como a un arroyo que no se seca, afluyen las gentes, generación tras generación.
El iconógrafo ha logrado hacer lo imposible: transmitir la acción que se está desarrollando fuera del tiempo, en la eternidad, de la cual llega a ser partícipe cualquiera que mire este icono.
El círculo de la Iglesia no tiene principio ni fin, no se puede partir y tampoco cerrar. En él está el sentido profundo de su Universalidad.
Un gran conocimiento ha iluminado la mente de cada uno de ellos. Esta sabiduría está representada por una aureola -el nimbo- alrededor de sus cabezas. El Espíritu Santo los ha iluminado.
El icono está pintado con tal arte que, a pesar de que los apóstoles son diferentes, los vemos como si todos fueran uno solo. Desde ahora y para siempre los discípulos de Cristo están ligados el uno al otro, unidos por el Espíritu Santo. Esta comunión, esta unidad, es la Iglesia.
Cada apóstol sostiene un rollo, símbolo de la enseñanza. También a nosotros se nos propone la enseñanza: el viejo de la corona, que es símbolo del mundo, el "Cosmos", se encuentra con nosotros; tiene en las manos un paño con los rollos. Entrad y recibid la enseñanza.
Entrad en la Nueva Alianza. La Iglesia siempre está abierta -figura del Cosmos- y está representada como si se encontrara sobre las puertas. Este icono de Pentecostés es imagen de la Iglesia eternamente viva, siempre abierta al que entra. A ella, como a un arroyo que no se seca, afluyen las gentes, generación tras generación.
El iconógrafo ha logrado hacer lo imposible: transmitir la acción que se está desarrollando fuera del tiempo, en la eternidad, de la cual llega a ser partícipe cualquiera que mire este icono.
El círculo de la Iglesia no tiene principio ni fin, no se puede partir y tampoco cerrar. En él está el sentido profundo de su Universalidad.
Era jueves. El cielo estaba gris; la tierra estaba cubierta
de nieve y seguían cayendo voluminosos copos de nieve cuando el padre Serafín
comenzó la conversación en un descampado cercano a su «pequeña ermita».
«El Señor me ha revelado —empezó el gran stárets— que desde la infancia deseas conocer cuál es el fin de la vida cristiana... El verdadero fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo de Dios...» ¿«Cómo “adquisición”? —le pregunté al padre Serafín—. No comprendo del todo.,. »
«El Señor me ha revelado —empezó el gran stárets— que desde la infancia deseas conocer cuál es el fin de la vida cristiana... El verdadero fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo de Dios...» ¿«Cómo “adquisición”? —le pregunté al padre Serafín—. No comprendo del todo.,. »
Entonces el padre Serafín me cogió por los hombros y
me dijo: «Ambos estamos en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me
miras?». «No puedo, padre. Hay lámparas que brillan en sus ojos, su rostro se
ha vuelto más luminoso que el sol. Me duelen los ojos.» «No tengas miedo, amigo
de Dios; también tú te has vuelto luminoso como yo. También ahora tú estás en
la plenitud del Espíritu Santo; de lo contrario, no habrías podido verme.»
Inclinándose entonces hacia mí, me susurró al oído: «Agradece al Señor que nos haya concedido esta gracia inexpresable. Pero ¿por qué no me miras a los ojos? Prueba a mirarme sin miedo: Dios está con nosotros». Tras estas palabras levanté los ojos hacia su rostro y se apoderó de mí un miedo aún más grande. «¿Cómo te sientes ahora?», preguntó el padre Serafín. «¡Excepcionalmente bien!» «Cómo “bien”? ¿Qué entiendes por “bien”?» «Mi alma está colmada de un silencio y una paz inexpresables.» «Amigo de Dios, ésa es la paz de la que hablaba el Señor cuando decía a sus discípulos: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14,27). ¿Qué sientes ahora?» «Una delicia extraordinaria.» «Es la delicia de que habla la Escritura: “Se sacian de la abundancia de tu casa, les das a beber en el río de tus delicias” (Sal 36,9). ¿Qué sientes ahora?» «Una alegría extraordinaria en el corazón.» «Cuando el Espíritu baja al hombre con la plenitud de sus dones, se llena el alma humana de una alegría inexpresable porque el Espíritu Santo vuelve a crear en la alegría todo lo que roza. Es la alegría de que habla el Señor en el Evangelio».
Inclinándose entonces hacia mí, me susurró al oído: «Agradece al Señor que nos haya concedido esta gracia inexpresable. Pero ¿por qué no me miras a los ojos? Prueba a mirarme sin miedo: Dios está con nosotros». Tras estas palabras levanté los ojos hacia su rostro y se apoderó de mí un miedo aún más grande. «¿Cómo te sientes ahora?», preguntó el padre Serafín. «¡Excepcionalmente bien!» «Cómo “bien”? ¿Qué entiendes por “bien”?» «Mi alma está colmada de un silencio y una paz inexpresables.» «Amigo de Dios, ésa es la paz de la que hablaba el Señor cuando decía a sus discípulos: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14,27). ¿Qué sientes ahora?» «Una delicia extraordinaria.» «Es la delicia de que habla la Escritura: “Se sacian de la abundancia de tu casa, les das a beber en el río de tus delicias” (Sal 36,9). ¿Qué sientes ahora?» «Una alegría extraordinaria en el corazón.» «Cuando el Espíritu baja al hombre con la plenitud de sus dones, se llena el alma humana de una alegría inexpresable porque el Espíritu Santo vuelve a crear en la alegría todo lo que roza. Es la alegría de que habla el Señor en el Evangelio».
Serafín de Sarov: Conversaciones con Motovilov.
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