"Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos" (Jn 15,13)
Nosotros sólo amamos si hemos sido amados primero. Busca
cómo puede el hombre amar a Dios, y no encontrarás más que esto: Dios nos ha
amado primero. Aquel a quien nosotros hemos amado se ha entregado antes él
mismo. Se ha entregado a fin de que nosotros le amemos. ¿Qué es lo que ha
entregado? El apóstol san Pablo lo dice con más claridad: «El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones». ¿Por medio de quién? ¿Quizá por medio de
nosotros? No. ¿Por medio de quién entonces? «Por medio del Espíritu que nos
hasido dado» (Rom 5,5). Llenos de ese testimonio, amamos a Dios por medio de
Dios...
La conclusión se impone, y Juan nos la dice aún con mayor claridad: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (Jn 4,8). Es poco decir: el amor viene de Dios. Pero ¿quién de nosotros se atrevería a repetir estas palabras: «Dios es amor»? Las ha dicho alguien que tenía experiencia. Tú no ves a Dios: ámalo y lo poseerás. Porque Dios se ofrece a nosotros en el mismo instante. «Amadme -nos grita- y me poseeréis. No podéis amarme sin poseerme. El amor, la libertad interior y la adopción filial no se distinguen más que por el nombre, como la luz, el fuego y la llama. Si el rostro de un ser amado nos hace felices, ¡qué hará la fuerza del Señor cuando venga a habitar en secreto en el alma purificada! El amor es un abismo de luz, una fuente de fuego. Cuanto más brota, más quema al sediento. Por eso el amor es un progreso eterno.
La conclusión se impone, y Juan nos la dice aún con mayor claridad: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (Jn 4,8). Es poco decir: el amor viene de Dios. Pero ¿quién de nosotros se atrevería a repetir estas palabras: «Dios es amor»? Las ha dicho alguien que tenía experiencia. Tú no ves a Dios: ámalo y lo poseerás. Porque Dios se ofrece a nosotros en el mismo instante. «Amadme -nos grita- y me poseeréis. No podéis amarme sin poseerme. El amor, la libertad interior y la adopción filial no se distinguen más que por el nombre, como la luz, el fuego y la llama. Si el rostro de un ser amado nos hace felices, ¡qué hará la fuerza del Señor cuando venga a habitar en secreto en el alma purificada! El amor es un abismo de luz, una fuente de fuego. Cuanto más brota, más quema al sediento. Por eso el amor es un progreso eterno.
San Agustín. Sermones.
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