En Grecia, los popes ortodoxos, tan metidos en el alma de la
gobernanza griega, han decidido echar una mano en la crisis económica por la
que atraviesa aquella cuna de Europa. En Italia, la Iglesia ha ido negociando
sus impuestos con el gobierno de Monti. En Francia no hace falta. La
constitución laica no exime de impuestos.
En los ayuntamientos españoles, con el agua al cuello, se
pide que la Iglesia pague el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) y reconoce
la labor que la Iglesia hace para con los pobres en momentos tan delicados.
No habría que sacar las cosas de quicio. Los edificios que
sirvan para paliar la pobreza seguirían exentos de IBI, y los edificios
culturales podrían entrar en la Ley de Mecenazgo. Es el momento del
sentido común. No puede ni debe ser el arma arrojadiza de los gobiernos
municipales, tan donosos y exquisitos con la Iglesia en vísperas electorales y
tan desamortizadores, ya sentados en la
poltrona. Urge el sentido común.
Una guerra por estos temas es tan baladí que todos quedarían
dañados. Es la hora del consenso, del sentido común, del acuerdo hecho en
la distancia corta, del diálogo. Es la hora de dejar las guerras dialécticas y
echar todos una mano.
De Vida Nueva
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