"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
Lecturas del día:
http://www.aciprensa.com/calendario/calendario.php?dia=3&mes=6&ano=2012
Icono de la Trinidad de Rublev |
Sin embargo, lo que debe interesarnos sobre todo, en el
misterio de la inhabitación de la Trinidad en el alma de los justos, son los
deberes y las exigencias prácticas y aplicadas a la vida del misterio
trinitario. Las exigencias se reducen a estas tres palabras clave: orden,
purificación, recogimiento. La inhabitación es el misterio del recogimiento y
de la purificación. Para comprender el motivo, basta con pensar en el llamado
«principio de los contrarios», que se expresa en estos términos: dos realidades
contrarias no pueden coexistir, al mismo tiempo, en el mismo sujeto. La acción
del Espíritu que inhabita es íntima, silenciosa, delicada: no es fuego que
devoro, no es un terremoto destructor, ni viento impetuoso, sino —para decirlo
con la Biblia— un ligerísimo e imperceptible soplo. De ahí que, para
advertirlo, se exige que el alma se ponga en afinidad psicológica con él: a fin
de que, para decirlo con palabras de Pablo, las realidades espirituales se
«adapten» a las realidades espirituales. Por esta razón, todos los grandes
maestros de la vida cristiana no cesan de recomendar el
recogimiento-silencio-custodia del corazón. La experiencia de Agustín es
clásica a este respecto. Dice: «Envié fuera de mí a mis sentidos para buscarte,
Dios mío, pero no te encontraron: yo te buscaba fuera de mí, mientras, que tú
estabas dentro... Mal te buscaba, Dios mío...». Teresa de Ávila y Juan de la
Cruz han hecho las mismas observaciones.
Por lo que se refiere a nuestros deberes con nuestros Huéspedes, diremos que han de ser tratados como trataríamos a un huésped de gran consideración: cuando llega un huésped limpiamos la casa; eliminamos todo aquello que pueda ofender la consideración que le debemos; la adornamos con flores, alfombras; le acompañamos, le rodeamos de mil atenciones y sorpresas; le ofrecemos regalos... No se trata más que de aplicar esta estrategia. Antes que nada hay que llevar cuidado con la limpieza «exterior» del cuerpo: yo diría casi que el modo de vestir-tratar-hablar debe estar marcado por un cierto señorío- elegancia. Así, la madre debe tratar con el máximo respeto —mejor aún, con veneración— el cuerpo de su hijo, debe vestirlo bien, antes que nada porque es templo del Espíritu. Una nueva mentalidad debe inspirar-orientar todas las relaciones sociales del bautizado. Como es obvio, también la práctica de las catorce obras de misericordia adquiere una nueva luz que —digámoslo también— las «sacramentaliza». En segundo lugar —y esto es aún más importante—, debemos purificar nuestra alma de todo lo que pueda disgustar a la Trinidad que inhabita, como el ejercicio del egoísmo en su triple forma del tener-gozar-poder, que, a su vez, se ramifican en los siete vicios capitales. Tenemos asimismo el deber de acompañar a nuestros tres Huéspedes con el silencio- recogimiento: abandonar al huésped es falta de educación...
Por lo que se refiere a nuestros deberes con nuestros Huéspedes, diremos que han de ser tratados como trataríamos a un huésped de gran consideración: cuando llega un huésped limpiamos la casa; eliminamos todo aquello que pueda ofender la consideración que le debemos; la adornamos con flores, alfombras; le acompañamos, le rodeamos de mil atenciones y sorpresas; le ofrecemos regalos... No se trata más que de aplicar esta estrategia. Antes que nada hay que llevar cuidado con la limpieza «exterior» del cuerpo: yo diría casi que el modo de vestir-tratar-hablar debe estar marcado por un cierto señorío- elegancia. Así, la madre debe tratar con el máximo respeto —mejor aún, con veneración— el cuerpo de su hijo, debe vestirlo bien, antes que nada porque es templo del Espíritu. Una nueva mentalidad debe inspirar-orientar todas las relaciones sociales del bautizado. Como es obvio, también la práctica de las catorce obras de misericordia adquiere una nueva luz que —digámoslo también— las «sacramentaliza». En segundo lugar —y esto es aún más importante—, debemos purificar nuestra alma de todo lo que pueda disgustar a la Trinidad que inhabita, como el ejercicio del egoísmo en su triple forma del tener-gozar-poder, que, a su vez, se ramifican en los siete vicios capitales. Tenemos asimismo el deber de acompañar a nuestros tres Huéspedes con el silencio- recogimiento: abandonar al huésped es falta de educación...
A. Dagnino. El misterio pascual del Cristo místico.
Vídeo de la Fiesta:
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