En Enero de
2009, últimos meses en Villarino de los Aires, antes de mi penúltima estancia
en el Perú, escribí esto que hoy me place reproducir:
“¡Que
fuerza tiene la palabra! Hiere y sana. Paraliza y pone en pie. “Recrea y enamora”,
que diría S. Juan de la Cruz. Es
verdad que hay palabras vanas, pura cáscara. Significantes sin significado.
Todo lo
anterior se puede decir de la palabra humana. Pero hoy se nos habla de la Palabra. Con mayúscula y sin
adjetivos. La Palabra
eterna, que existe en Dios y es Dios, por la que se hizo todo. Y que ella misma
se hace hombre, se encarna, En esto consiste la Navidad. Que Dios es ya uno de
nosotros, hombre sin más.
Niño en
Belén. Trabajador en Nazaret. Predicador itinerante por los caminos tortuosos y
torturados de Palestina, del mundo. Sufriente hasta la muerte en la
Cruz. Uno de nosotros. Sabiduría escondida.
Poder creador enterrado en un “sepulcro nuevo”, del que renace la Vida.
La palabra
humana es con frecuencia mentirosa. Interesada, porque busca el aplauso, el
elogio, la seducción... o el voto. Se nota. Está vacía porque no tiene alma,
contradice lo que el corazón siente, sofisma creado para confundir. No es
palabra sino ruido. Ningún compromiso con lo humano. Necesita ser amplificada
para hacerse notar e imponerse, ya que no puede persuadir ni ser amada. Bien
orquestada, vence pero nunca convence. Oímos cada día muchas de estas palabras.
Nacido para
ser amado y seguido. Para despertar e iluminar. Es Todo bajo la apariencia de
Nada. Luz, Pan, Agua, Vida. ¿La palabra más importante pronunciada por la Palabra ? No una, sino
muchas pero verdaderas. ¿Por qué no nos quedamos con tres? Perdón, Amor,
Entrega hasta el Calvario. Bien entendidas, son una sola Palabra: Dios
Encarnado.
Que nos
invita a ser personalmente Palabra. No basta con que los cristianos anunciemos la Palabra de Dios. Para ser
creíbles, hemos de trasformarnos en Palabra de Dios. Hacer posible el admirable
intercambio: Dios se ha hecho Palabra Humana, para que los hombres seamos
Palabra Divina. Largo y duro ascenso hasta la Nada de la Cruz.
Sólo accesible a quien no nace de amor humano, sino de Dios, porque
“ha contemplado la gloria del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad”.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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