"Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc
1,28).
En la fiesta de la Inmaculada, más que hablar de María,
sentimos el deseo de acercarnos a ella para que nos introduzca en el misterio
de su virginidad, que es un misterio de silencio; en el misterio de su
inocencia absoluta, que es un misterio de gozo.
María ya está revestida con vestiduras de salvación, tiene
su vestido blanqueado en la sangre del cordero antes de su nacimiento. El
Padre, de algún modo, la ha bautizado de antemano en el misterio de la muerte y
resurrección de Cristo para presentarla al mundo tota pulchra, toda
hermosa. La fascinación de María está en ignorar su propia belleza: su
humildad, su transparencia que la hacen vivir mirando fuera de sí misma, toda
donación.
María, virgen y madre, imprime al misterio cristiano su
aspecto más sugestivo y fascinante; es un nostálgico reclamo a la pureza, a la
inocencia. Incluso el hombre más experimentado en el mal difícilmente puede
sustraerse a la fascinante atracción de la inocencia y la virginidad.
Nuestro amor a María esencialmente debe traducirse en el
deseo de vivir profundamente, sinceramente, su misterio; deseo siempre más
vivo, más hondo, de sumergirnos en su pureza, como un bautismo en su inocencia
para salir purificados, revestidos con vestiduras de salvación.
Para cualquier alma, el contacto con la Virgen santa es un
contacto que purifica y salva. De algún modo, es ya un contacto con la
humanidad del Señor que tomó carne en ella. Nosotros, que nos sentimos tan
pobrecillos y frágiles, debemos lograr, por la fe, descubrir cada vez más el milagro
de la presencia de María entre nosotros.
Tras el decreto que estableció la venida de Cristo, se da
esta larga preparación que ya la realiza inicialmente y que llena toda la
historia antigua de la humanidad. Ahora bien, toda esta preparación lleva a
María, porque ella (...) es portadora de Cristo. La preparación es inmensa: es
la única obra de Dios mismo en este mundo; se compromete con todo su amor:
haciendo confluir, en virtud de su gracia, todo lo que en nuestros esfuerzos
humanos hay de verdaderamente bueno: se plasma una naturaleza humana que será
la suya.
Llega un día en que todo está preparado. En la Virgen todo
se reúne para pasar de ella al Hijo (...). María es la figura absoluta y total,
y lo es para siempre, porque, siendo Madre de Dios, es la que une el
Hombre-Dios con la humanidad (É. Mersch, La théologie duCorps mystique, I,
Tournai 1944, 219-221).
Lecturas:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2014-12-08
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