Así
comienza el evangelio del tercer domingo de adviento. No se trata de
Jesucristo. Él mismo dirá que no es el Mesías, ni el Profeta. No es la luz,
pero apunta a la luz para que se reconozca en el mundo al único Mesías, al
Profeta y a la luz que nos saque de las tinieblas.
Muy
necesitado anda nuestro mundo de hombres como éste de quien habla el evangelio
y que se llamó Juan Bautista. Lo que ocurre es que su figura, tan mal vestido y
tan mal comido, no casa con la modernidad. En la cultura de la imagen, lo más
importante es la imagen. Pero justamente esto es lo que nos pierde. Siendo
importantes las formas, todo se hunde cuando solamente importan las formas.
¿Qué
distingue a un hombre como aquel de quien estamos hablando? ¿Qué tipo de
personas –varones o mujeres- necesita nuestro mundo? Podemos trazar su figura,
al hilo del mismo evangelio, con trazos vigorosos y hasta rudos:
Hombres que traigan buenas noticias a los que sufren. Pero,
para ser buenas, han de ser verdaderas. Lejos de cualquier demagogia. No
obligados a desdecirse al día siguiente de lo que dijeron el anterior.
Hombres que conozcan y reconozcan sus límites. Sin
parafernalias ni afanes de grandeza y menos de superioridad. Que se sitúen en
medio de la cruda realidad como sus convecinos buscando salidas a este mundo
nuestro injusto y roto.
Hombres auténticos porque viven lo que piensan y dicen.
Dispuestos, por tanto, a mantenerse sobre el alambre de la inseguridad. Y a
merced de quienes ni soportan ni quieren la verdad y viven instalados en la
desigualdad del género humano, porque así a ellos les va “bien”.
Hombres no iluminados y deslumbradores con ideas
descabelladas, que no soportan la confrontación. Por el contrario hombres que
emiten esa luz tenue que permite ver con claridad los contornos, todos los
contornos, de la realidad. Luz que procede del interior, de una fina
sensibilidad para todo lo humano y de una firme voluntad de buscar soluciones a
los problemas.
Esos hombres nunca se identifican a sí mismos con la luz,
pero apuntan siempre a ella. Y ponen a las personas en camino.
La historia
nos ha regalado hombres así. Por referirnos a algunos y no muy lejanos (del s.
XX) hemos conocido a sabios como Einstein, políticos como Gandhi o, más
cercanos a nuestro entorno, De Gasperi, Adenauer, gente muy sencilla como la Madre Teresa de Calcuta...
Quizá hoy, estos rasgos los tiene el Papa Francisco, tan distinto de sus
antecesores inmediatos, tan frágil y vulnerable, tan cercano pero tan directo.
Ojalá muchos nos pongamos a la escucha de “lo que suelta” cada día, tan alejado
del discurso fácil y rutinario, pero tan comprometedor y duro de digerir. Pero
que suena a verdadero y transformador. Larga tarea tenemos si hemos de cambiar
para ser personas de este corte que aporten algo positivo a nuestro mundo.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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