"El Señor me hace desbordar de gozo, y mi Dios me
colma de alegría" (Is 61,10)
El profeta Isaías. Siglo VIII. |
Si la Iglesia es "casa del testimonio",
comprendemos que la necesidad de testigos es necesaria cuando se desarrolla un
proceso judicial. El evangelio de Juan indica que a lo largo de la historia se
lleva a cabo un proceso inmenso en el centro del cual está Jesús -la verdad de
Dios- y durante el cual la comunidad de los creyentes es constantemente llamada
a estar, como testigo, de parte de Jesús, de parte de Dios, de ese rostro de
Dios que Jesús ha dado a conocer. Nuestra comunidad debe hacer visible ese rostro
con sus propias obras.
Bajo este punto de vista es útil volver a la primera
lectura, donde el Espíritu Santo que irrumpe en el profeta y, luego, en Jesús
se derrama ahora sobre la Iglesia. Pero debe estar atenta a «no apagarlo», como
indica san Pablo. El Espíritu reviste a la Iglesia con un «manto de
justicia», la capacita para que hable de Dios con las obras, para anunciar
la buena noticia a los pobres de hoy día. Capaz de «vendar los corazones
desgarrados»: debemos esforzarnos por sanar los corazones con una curación
que no tiene nada de milagroso sino que requiere paciencia como herida que sólo
cicatriza con el tiempo.
Otra de nuestras tareas es «proclamar la libertad de
los cautivos y prisioneros», recordando que hay esclavos evidentes
y otros latentes, pero no menos graves, por liberar. Finalmente estamos
llamados a «proclamar un año de misericordia»: es necesario que
comprendamos cómo nuestro tiempo -con frecuencia salpicado por el mal- debe
mirarse con respeto y con espíritu de discernimiento como la ocasión de gracia
que el Señor nos brinda.
Con la comitiva del Mesías-esposo revestido de justicia nace
en nosotros la solidaridad, el compartir, hace estallar en nosotros ese gozo
que no es verdadero si no es compartido. Sabemos bien que nunca estaremos a la
altura de este programa de justicia y fraternidad, pero el recurrir
continuamente al que es esposo y luz permitirá que la fuerza de la caridad no
se debilite en nosotros.
Los mensajeros preguntaron a Juan quién era. ¿Qué responde
el príncipe celeste, la estrella matutina, el ángel terrestre, Juan? Dice:«No
soy», mientras todos quieren ser o parecer algo.
Quien lograse sólo tocar este fondo, habría dado con el
camino más cercano, más breve, más llano y seguro hacia la verdad más alta y
más profunda que se pueda conseguir en el tiempo. Para esto nadie es demasiado
viejo, ni demasiado enfermo, ni demasiado pobre, ni demasiado rico. ¡Qué valor
inefable se encierra en este «No soy»! Y, sin embargo, nadie quiere
emprender este camino, se mire como se mire: en realidad somos y queremos o
querríamos siempre ser, siempre encima del otro.
De aquí provienen todos los llantos y lamentos. Por eso no
encontramos paz ni interior ni exterior. Este ser nada proporcionará de todos
modos, en todos los lugares, con todos los hombres una paz total, verdadera,
esencial, eterna; y sería lo más dichoso, seguro y noble del mundo
(E. Susone, Opere
spirituali. Le prediche, Alba 1971, 584-585).
Atribuyamos enseguida importancia a esta venida de Cristo al
mundo; se trata de un hecho trascendental, colocado como clave normativa e
interpretativa de todo el mundo religioso que de ahí se sigue.
La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial para
quien lo acepta. El cristianismo es fortuna, es plenitud, es felicidad. Podemos
decir más: es una felicidad que no se contradice; el cristiano ha sido elegido
para una felicidad que no tiene otra fuente más auténtica. El evangelio es una
«buena nueva», es un reino en el que no puede faltar la alegría. Un cristiano
irremediablemente triste no es auténticamente cristiano. Hemos sido llamados a
vivir y a dar testimonio de este clima de vida nueva, alimentado por un gozo
trascendente, que el dolor y los sufrimientos de todo orden de nuestra presente
existencia no pueden sofocar y sí provocar a una expresión simultánea y
victoriosa (Pablo VI,Discurso a la audiencia general del 4 de enero de 1978).
Lecturas del día:
Vídeo:
No hay comentarios:
Publicar un comentario