"Tú eres mi fortaleza, Dios fiel" (Sal 58,18)
El hambre y la sed de la humanidad no se sacian con bienes
materiales. A lo largo de la historia, la humanidad, fatigada y oprimida por
múltiples angustias y problemas, siempre ha experimentado, y cada vez mas, la
incapacidad de darse una salvación meramente terrenal, obtener una paz duradera
y alcanzar una justicia ecuánime. El hombre, en el fracaso de sus esfuerzos y
aspiraciones, aún es mas consciente de que necesita una ayuda de lo alto; y
esto, por sus designios trascendentes, no puede ser sino un don. Su gratuidad
es tan extraordinaria como inconmensurables son su valor y su obtención. Una es
la experiencia inmediata de todo esto; "Dios es más grande que nuestro
corazón" (1 Jn 3,20). En esta verdad se basa la alianza eterna.
La "compasión" de Jesús por la muchedumbre desvela el
móvil del don de Dios en el Hijo unigénito para la vida del mundo: una
coparticipación viva, palpitante y auténtica. Prefigura la hora del Calvario y
compendia completamente el contenido eucarístico del sacrificio del banquete
divino ofrecido en símbolo mediante el milagro. El tiempo mesiánico se ha
manifestado: Dios sacia a su pueblo "de balde"; lo nutre de cosas
buenas: gracia y verdad, vida y alegría. Y aún más, lo vincula con una comida
que es prenda de eternidad: el Verbo encarnado y entregado por nosotros. En él,
cualquier añoranza humana de Dios es atendida ampliamente mediante el
cumplimiento de la promesa y el vínculo perenne con Dios.
El cansancio y la debilidad han oprimido nuestros corazones.
No tenemos ni alimento Espiritual, ni descanso corporal, ni consuelo. La
nostalgia, la espera y la esclavitud
nos estén ahogando. Jesús misericordioso, imploramos tu compasión, nos
abrazamos a tu costado abierto. Corazón misericordioso e inflamado de amor;
apriétanos con los lazos de la piedad, el amor y la unión. Ayúdanos a regresar
pronto a nuestra tierra, para que podamos cumplir mejor, siempre mejor, las
tareas encomendadas por el Creador Amén. (jóvenes lituanos en un campo de
concentración siberiano).
Ha colmado de bienes a los hambrientos. Primero ha
humillado, después ha alimentado. El Espíritu de profecía narra los hechos
futuros como si ya hubiesen pasado. ¿Por qué los hambrientos todavía no han
sido colmados de bienes? Si lo hubiesen sido, ¿como podrían estar hambrientos?
Y si están hambrientos, ¿cómo pueden ser colmados de bienes? A no ser que lo
entendamos en el sentido de aquellas palabras: "Los ángeles desean
contemplarlo". Los ángeles siempre están viendo el rostro del Padre, y se
encuentran hambrientos y colmados de bienes al mismo tiempo. Mantienen el deseo
aun en la saciedad e incluso la saciedad en el deseo. Es un hartazgo que no
conoce el hastío, es un hambre sin tormento; es, más bien, esa hambre que es
hambre de beatitud, que los sacia sin fin. Pero en el camino no es como en la
patria celestial. En el camino se tiene sed y hambre de justicia; en la patria
quedarán saciados cuando se manifieste la gloria. Sin embargo, ya en este
camino terrenal, los hambrientos son colmados de bienes, porque Dios les da la
comida a su tiempo. Son colmados de bienes, son liberados de males. Son
colmados de bienes, es decir, de los dones del Espíritu Santo. Y éste es el
motivo por el que Dios nos alimenta y nos viste en este viaje nuestro, por el
que colma a los hambrientos de bienes consoladores: para que nos convirtamos
como Israel, o sea, para que seamos contemplativos (Dionisio el Cartujario,
Torneró al mio cuore, Magnano 1987, 51).
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