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miércoles, 30 de julio de 2014

VIO A LA GENTE Y LE DIO LÁSTIMA

            Es frecuente en los evangelios encontrarse con este comentario sobre las emociones y sentimientos de Jesús. La compasión está en la raíz de su comportamiento. Porque no se trata de una mera compasión sentimental y pasiva, sino de un movimiento interior que le induce a implicarse personalmente y aplicar soluciones a los problemas. Todo menos pasar de largo. Enfermos y marginados son los que más se benefician de esta actitud comprometida de Jesús.

            No se conforma con implicarse él personalmente. También se lo exige a sus discípulos. Mientras ellos buscan ahorrarse problemas, como lo indica el “despide a esta gente”, él contesta con ese tremendo imperativo: “dadles vosotros de comer”. La continuación del relato, es decir, la multiplicación de los panes para saciar a una muchedumbre hambrienta y el sobrante de doce canastos, ha sido sometido a muchas interpretaciones. Aparecen algunos detalles en los seis relatos evangélicos del hecho, que inclinan a los especialistas hacia lecturas simbólicas del hecho. No nos interesan tanto esas posibles lecturas cuanto lo dicho al comienzo: Jesús siente compasión y pone remedio a situaciones de dolor y miseria humana. Los evangelistas lo definen como un movimiento interior de estremecimiento, de removerse las entrañas. A Jesús se le hace muy penoso el sufrimiento de sus hermanos los hombres.

            ¿Qué nos pasa a los discípulos de Jesús? Vivimos situaciones tremendas de violencia, miseria, sufrimiento y desconsuelo. ¿Podemos decir con verdad que se nos remueven las entrañas? Pienso que no. Lo que se  lleva son dos tipos de respuesta: indiferencia e indignación. La primera es la más común. Escuchamos las terribles noticias de muerte, hambre, refugiados...; vemos las escenas de destrucción (por ejemplo, en la franja de Gaza) y nos quedamos tan frescos. Seguimos comiendo como si nada o cambiamos de canal para seguir dormitando ante la televisión.

            La indignación, que es la que está más de moda, puede ser real o fingida. En todo caso sirve para buscar a los culpables y lanzarse al cuello (verbalmente, por supuesto) contra ellos. O para organizar manifestaciones que desestabilizan más y generan  muchos más problemas a la gente. Sin que, normalmente, sirvan para nada, salvo si se vuelven violentas y destruyen en lugar de construir. La coherencia personal de muchos de los indignados es altamente cuestionable.

            Por eso, menos ruido y más nueces. Menos indignación y más compasión de la buena, de la real, de la que moviliza para buscar soluciones. Ésta es incompatible con la corrupción. El profeta Isaías hace muchísimos siglos lo decía gráficamente: “¿para que gastáis dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura?”. Más vale  buscar primero el cambio interior, modificar nuestros corazones y de ahí saldrá la efectiva solidaridad que ponga algo de remedio a tantas desgracias que oprimen al hombre actual. Muchos voluntarios de larga duración son un buen referente. No, por supuesto, quines se limitan a realizar “turismo misionero”. Que tampoco todas las ONGs son trigo limpio.

           
                                                                                            JOSÉ MARÍA YAGÜE


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