Es
frecuente en los evangelios encontrarse con este comentario sobre las emociones
y sentimientos de Jesús. La compasión está en la raíz de su comportamiento.
Porque no se trata de una mera compasión sentimental y pasiva, sino de un
movimiento interior que le induce a implicarse personalmente y aplicar
soluciones a los problemas. Todo menos pasar de largo. Enfermos y marginados
son los que más se benefician de esta actitud comprometida de Jesús.
No se
conforma con implicarse él personalmente. También se lo exige a sus discípulos.
Mientras ellos buscan ahorrarse problemas, como lo indica el “despide a esta
gente”, él contesta con ese tremendo imperativo: “dadles vosotros de comer”. La
continuación del relato, es decir, la multiplicación de los panes para saciar a
una muchedumbre hambrienta y el sobrante de doce canastos, ha sido sometido a
muchas interpretaciones. Aparecen algunos detalles en los seis relatos
evangélicos del hecho, que inclinan a los especialistas hacia lecturas
simbólicas del hecho. No nos
interesan tanto esas posibles lecturas cuanto lo dicho al comienzo: Jesús
siente compasión y pone remedio a situaciones de dolor y miseria humana. Los
evangelistas lo definen como un movimiento interior de estremecimiento, de
removerse las entrañas. A Jesús se le hace muy penoso el sufrimiento de sus
hermanos los hombres.
¿Qué nos
pasa a los discípulos de Jesús? Vivimos situaciones tremendas de violencia,
miseria, sufrimiento y desconsuelo. ¿Podemos decir con verdad que se nos
remueven las entrañas? Pienso que no. Lo que se
lleva son dos tipos de respuesta: indiferencia e indignación. La primera
es la más común. Escuchamos las terribles noticias de muerte, hambre,
refugiados...; vemos las escenas de destrucción (por ejemplo, en la franja de
Gaza) y nos quedamos tan frescos. Seguimos comiendo como si nada o cambiamos de
canal para seguir dormitando ante la televisión.
La
indignación, que es la que está más de moda, puede ser real o fingida. En todo
caso sirve para buscar a los culpables y lanzarse al cuello (verbalmente, por
supuesto) contra ellos. O para organizar manifestaciones que desestabilizan más
y generan muchos más problemas a la
gente. Sin que, normalmente, sirvan para nada, salvo si se vuelven violentas y destruyen
en lugar de construir. La coherencia personal de muchos de los indignados es
altamente cuestionable.
Por eso,
menos ruido y más nueces. Menos indignación y más compasión de la buena, de la
real, de la que moviliza para buscar soluciones. Ésta es incompatible con la
corrupción. El profeta Isaías hace muchísimos siglos lo decía gráficamente:
“¿para que gastáis dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da
hartura?”. Más vale buscar primero el
cambio interior, modificar nuestros corazones y de ahí saldrá la efectiva
solidaridad que ponga algo de remedio a tantas desgracias que oprimen al hombre
actual. Muchos voluntarios de larga duración son un buen referente. No, por
supuesto, quines se limitan a realizar “turismo misionero”. Que tampoco todas
las ONGs son trigo limpio.
JOSÉ MARÍA
YAGÜE
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