La semilla
es la Palabra
de Dios. En hebreo, Dabar. No es un
término cualquiera. Es la palabra creadora. Dijo Dios, y se hizo. El mundo es
una creación continuada. Permanece, subsiste porque está asentado sobre la
firme y amorosa voluntad creadora de Dios. Éste es el primer artículo de la fe
cristiana: Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra. En él
“vivimos, nos movemos y existimos”.
Sobre la Palabra Creadora adviene al ser
humano la Palabra
reveladora. Cristo es esa Palabra, el Verbo que estaba junto al Padre desde la
eternidad y que se hace uno de nosotros para que podamos llegar a conocer a
Dios y su voluntad salvadora. Ocurre, sin
embargo, que frecuentemente el hombre se hace sordo a esa Palabra de Dios.
Sordera que se produce en distintos planos y con diversos niveles. La
explicación de la parábola nos habla de tres tipos de sordera hacia la Palabra de Dios:
- El de los sordos-sordos. Los que no oyen nada ni quieren
oír. Son la tierra endurecida, como la de un camino. La modernidad ha hecho
mucho más impenetrables esos caminos para la Palabra. El asfalto permite
correr más, obtener metas efímeras y muy fugaces, que pasan muy velozmente,
pero también conlleva el vivir más ajenos a la trascendencia del ser humano y a
su última vocación, inalcanzable incluso para los cohetes espaciales.
- Otro tipo es el de los que Jesús mismo tacha de
inconstantes. Escuchan un día, formulan buenos deseos y hasta propósitos. Pero
carecen de profundidad. Van de acá para allá a merced de los vientos que
soplan. Ellos deberían rezar con un precioso himno de la Liturgia de las horas:
“Dame, Señor, la firme voluntad/ compañera y sostén de la virtud/ la que en el
golfo sabe hallar quietud/ y en medio de las sombras claridad”.
- El tercer tipo de sordera es el de los que escuchan
demasiadas solicitaciones. Finalmente se quedan con los seductores cantos de
sirenas en la travesía del Océano. No hay otro remedio. Quien lo quiere todo,
es muy fácil que al final se quede sin nada. Aquí el remedio es el propuesto
por el radical Juan de la Cruz :
“si quieres venir a tenerlo todo, no quieras tener nada en nada”.
En la otra
ladera, el “oyente de la
Palabra ”, la buena tierra de la parábola, el que produce
fruto abundante es el que, con sus limitaciones, fija como prioridad de su vida
“escuchar la Palabra
de Dios y cumplirla”. A ellos Jesús los llama dichosos.
JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO
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