Los
cristianos rezamos todos los días, como plegaria central de la oración que nos
enseñó Jesús, venga a nosotros tu Reino.
El Reino de Dios es no sólo el primer y principal anuncio del Señor sino
también su dedicación prioritaria y podría decirse que exclusiva. Todo cuanto
dice y hace tiene una orientación única: hacer presente el Reinado de un Dios
Padre misericordioso que ofrece perdón, vida y salvación.
Los
términos “reino” y “reinado” tienen para nosotros unas connotaciones que nos
alejan mucho de cuanto ellos significan en el Evangelio. Sin embargo hay que
mantenerlos y, por tanto, hacer que despierten en nosotros los mismos
sentimientos y referencias que tenían para Jesús de Nazaret. A eso nos ayudan
las parábolas. Ellas nos hacen tomar distancia de inmediato respecto a lo que
significan los reinos y reinados de la tierra. El Reino de Dios es lo
absolutamente nuevo. Nuevo cada día.
En los dos
domingos anteriores hemos leído las cuatro primeras de las siete parábolas del
Reino que componen el capítulo 13 de San Mateo. El próximo domingo se leen las
siguientes. Dos de éstas son muy
parecidas y muy cortas. Pero nos dan la clave para que acojamos el Reino de
Dios y trabajemos por él constituyendo el motor, el horizonte final y el gozo
de nuestra vida. Sólo así tiene sentido la plegaria del Padre Nuestro.
En las
parábolas del tesoro escondido en el campo y del comerciante en perlas,
encontramos tres elementos esenciales:
El verbo “encontrar”. Hermosa palabra. Fijaos lo que
significa para un padre de familia, parado de larga duración, encontrar trabajo
estable y bien remunerado. O encontrar al que será el compañero o compañero de
tu vida. La vida toda adquiere valor y sentido desde aquello que encontramos,
nos seduce, nos llena y dirige nuestra vida, dándole orientación y meta.
El “gran valor” de lo
encontrado. La perla y el tesoro son ese bien inestimable que contiene todo lo
que se puede desear y esperar. Para Jesús y para el creyente ese bien es el
Reino de Dios. Lo demás es añadidura.
Para conseguirlo hay que “vender todo lo que se tiene”. Esto
significa que hemos de buscar seriamente y así encontrar el objetivo vital que
realmente merezca la pena, que nos entusiasme y satisfaga. Todo eso solamente
lo puede ofrecer el Reino del Padre bueno. Frente a utopías ilusorias o
mendaces, sólo Dios y su Reino satisfacen los anhelos profundos del corazón
humano y de la sociedad.
Por eso es
preciso “vender todo lo que se tiene”,
es decir, poner todas las energías personales –recursos humanos, decimos hoy-
en la consecución de ese objetivo. A este propósito hay que dedicar todos los
bienes disponibles, sacrificando o posponiendo otros gustos o intereses.
Quizá la
mejor interpretación de todo esto es la “cristológica”. Buscar y encontrar a
Jesucristo como Señor y Amigo. Quien ha encontrado a Cristo ha encontrado el
Reino. Por eso Cristo predicaba el Reino y sus Apóstoles predicaron a Cristo.
Pero sin perder nunca la perspectiva comunitaria y social que conlleva el
Reino.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
No hay comentarios:
Publicar un comentario