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martes, 22 de julio de 2014

VENGA A NOSOTROS TU REINO

            Los cristianos rezamos todos los días, como plegaria central de la oración que nos enseñó Jesús,  venga a nosotros tu Reino. El Reino de Dios es no sólo el primer y principal anuncio del Señor sino también su dedicación prioritaria y podría decirse que exclusiva. Todo cuanto dice y hace tiene una orientación única: hacer presente el Reinado de un Dios Padre misericordioso que ofrece perdón, vida y salvación.

            Los términos “reino” y “reinado” tienen para nosotros unas connotaciones que nos alejan mucho de cuanto ellos significan en el Evangelio. Sin embargo hay que mantenerlos y, por tanto, hacer que despierten en nosotros los mismos sentimientos y referencias que tenían para Jesús de Nazaret. A eso nos ayudan las parábolas. Ellas nos hacen tomar distancia de inmediato respecto a lo que significan los reinos y reinados de la tierra. El Reino de Dios es lo absolutamente nuevo. Nuevo cada día.

            En los dos domingos anteriores hemos leído las cuatro primeras de las siete parábolas del Reino que componen el capítulo 13 de San Mateo. El próximo domingo se leen las siguientes.  Dos de éstas son muy parecidas y muy cortas. Pero nos dan la clave para que acojamos el Reino de Dios y trabajemos por él constituyendo el motor, el horizonte final y el gozo de nuestra vida. Sólo así tiene sentido la plegaria del Padre Nuestro.

            En las parábolas del tesoro escondido en el campo y del comerciante en perlas, encontramos tres elementos esenciales:

El verbo “encontrar”. Hermosa palabra. Fijaos lo que significa para un padre de familia, parado de larga duración, encontrar trabajo estable y bien remunerado. O encontrar al que será el compañero o compañero de tu vida. La vida toda adquiere valor y sentido desde aquello que encontramos, nos seduce, nos llena y dirige nuestra vida, dándole orientación y meta.
 El “gran valor” de lo encontrado. La perla y el tesoro son ese bien inestimable que contiene todo lo que se puede desear y esperar. Para Jesús y para el creyente ese bien es el Reino de Dios. Lo demás es añadidura.
Para conseguirlo hay que “vender todo lo que se tiene”. Esto significa que hemos de buscar seriamente y así encontrar el objetivo vital que realmente merezca la pena, que nos entusiasme y satisfaga. Todo eso solamente lo puede ofrecer el Reino del Padre bueno. Frente a utopías ilusorias o mendaces, sólo Dios y su Reino satisfacen los anhelos profundos del corazón humano y de la sociedad.
Por eso es preciso “vender todo lo    que se tiene”, es decir, poner todas las energías personales –recursos humanos, decimos hoy- en la consecución de ese objetivo. A este propósito hay que dedicar todos los bienes disponibles, sacrificando o posponiendo otros gustos o intereses.

            Quizá la mejor interpretación de todo esto es la “cristológica”. Buscar y encontrar a Jesucristo como Señor y Amigo. Quien ha encontrado a Cristo ha encontrado el Reino. Por eso Cristo predicaba el Reino y sus Apóstoles predicaron a Cristo. Pero sin perder nunca la perspectiva comunitaria y social que conlleva el Reino.


                                                                           JOSÉ MARÍA YAGÜE


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