El papa
Francisco acaba de decirnos algo importante con su habitual gracejo y personal
estilo: que los “trepas” se vayan a las cordilleras a escalar montañas y se
abstengan de ir a la Iglesia. Satisface
que el papa utilice un lenguaje vulgar y coloquial que todos entendemos.
Porque, efectivamente, nuestro diccionario atribuye este término al vulgo y nos
dice que se usa en lenguaje coloquial. Si hubiese dicho “arribistas”, el
término sería más culto y elegante, pero no nos habría llamado la atención.
Eso pasa
con las parábolas de Jesús. Se entienden porque se utilizan términos comunes.
Pero no deja de chocar que Jesús se compare con una puerta. “Os aseguro que yo
soy la puerta” nos dice en el evangelio del domingo próximo. La puerta tanto es el vano por el que se
entra y se sale en una casa, fábrica, vehículo, habitación, o corral como el
armazón de metal o madera que, abierta o cerrada, permite o impide la entrada y
salida en dichos espacios. Jesús es el
espacio abierto por el que han de circular, entrar y salir, los creyentes. Entrar para protegerse de la corrupción, para
curarse de las heridas de la vida, para alimentar el gran deseo humano que no
es otro que “ver a Dios”. Por eso está bien lo del Papa: que no entren los
trepas, los arribistas que sólo buscan su escalada y propia satisfacción. Y
salir para comunicar con “el mundo ancho y ajeno” (precioso título de un libro
peruano de Ciro Alegría), para darse y para recibir.
Aún así, el
evangelio del próximo domingo dice más. Siguiendo con la metáfora, habla de las
ovejas que conocen la voz del pastor y por eso lo siguen. Es una gran cuestión
de la modernidad y la posmodernidad. Encontrar los líderes adecuados. Se ha repetido
con razón que la Europa
de mediados del siglo XX gozó de muy buenos líderes: Adenauer, de Gásperi,
Churchill... Diseñaron un gran proyecto para caminar hacia una Europa unida y
patria común. A falta de ellos, hoy nos gobiernan burócratas que, cuando no son
arribistas o corruptos, se conforman con perpetuarse en el poder, barrer para
casa o pretenden alcanzar grandeza separando lo que está unido. No les deseamos que Dios les confunda porque
bien confundidos están.
Haríamos
todos muy bien si, en la conciencia, escucháramos la voz del que ha sido
constituido “Mesías y Señor”. El sí es el gran líder que une y no separa, que
se hace puerta y camino para que todos transiten por las vías de la verdad y
del servicio. Y busquemos esa unidad necesaria, que no uniformidad, de familia
humana que comparte bienes y trabajos. Es muy triste que los ricos de este
mundo busquen más riqueza empobreciendo a los que ya son pobres de solemnidad. El
Evangelio citado concluye con estas palabras: “Yo he venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia”. Probablemente son las más importantes de los cuatro
evangelios. Forman unidad con aquellos otras: “Tanto amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo, no para condenar al mundo sino para que todos se salven por
él”. El amor de Dios y la entrega del único Pastor y Salvador de nuestras vidas
son la segura garantía de un orden social justo y de una salida para este
mundo.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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